sábado, 2 de octubre de 2010
Reflexiones sobre la novela histórica mexicana
Mucho de la temática aquí expuesta refleja las sesiones que hace un tiempo tuvimos en el seminario "Sinceridad y Democracia", Debo agradecer la guía de Maigo y Octavio como compañeros del seminario y constantes observadores de mi desarrollo. Mis intereses, aún después de finalizar las distintas sesiones del seminario, siguieron rondando las temáticas de la novela histórica mexicana y las cuestiones que se planteaban.
Debo advertir algo: Escribir sobre la novela histórica mexicana es más que nada con el objetivo de abrir el terreno al diálogo multidisciplinario. Mi única intención es manifestar mis reflexiones acerca de la novela histórica, mi perspectiva no supera a la de un lector aficionado que ha asumido un papel de ponente en un encuentro estudiantil.
Hace algunos años en el periódico El Universal anunciaban que los genes de la población mexicana era una mezcla de 35 grupos étnicos, el Instituto Nacional de Medicina Genómica había concluido el mapa del genoma humano de los mexicanos. Mi sorpresa fue grande cuando en plena crisis de Influenza se diera a conocer en una especie de informe público lo que se prestaba a un equívoco. ¿Cómo es que todo lo que representa a un mexicano pueda manifestarse en una síntesis literaria? Es decir en un informe que se jacte de exponer a todas luces: Lo que hace ser al mexicano, mexicano y no otra cosa. He allí la cuestión.
a) Como respuesta tenemos esta primera instancia: La Biología (En nuestro caso la Genética), a la que Scheler contesta con su Teoría de los Valores. Respuesta mucho más cercana a la teoría Darwinista, que en su tiempo levantó tanta controversia, pues desprendía al hombre de su diferencia específica aristotélica y lo conectaba mucho más directo a una serie de periodos eslabonados, que lo conducían en retroceso a un pasado animalesco.
b) La otra: La Filosofía. Ésta afronta problemas aún más fuertes, pues las discusiones al respecto no datan de hace poco. El intento de Miguel León Portilla es, por demás, de antemano fallido, pues buscar un pensamiento cuyo desarrollo se plantea en un entorno fuera de contexto, presenta serios problemas que, lejos de estrechar nuestras posibilidades de aniquilar el equívoco, tiende a cometer actos de asimilacionismo. El desarrollo de la filosofía en México tiene mayor valor en décadas postreras, es un tanto difícil distinguir Ideología de Filosofía en el pensamiento del siglo XVIII, por ejemplo con el pensamiento liberal mexicano como los señalaremos más adelante.
c) Otra más podría ser la historia. Nadie más que el mexicano podría portar a cuestas aquella historia llena de intrigas.
Políticamente México nace como una colonia española, tiempo después se independiza y afronta la problemática de la autonomía, vive constantes convulsiones bélicas desde la guerra de reforma, la intervención francesa y norteamericana, el gobierno santanista, el porfirismo, la revolución, expropiación petrolera, movimiento del 68, guerra contra el narco, en fin: la consolidación de su estado. México y los Mexicanos se prestan a la convención y a la arbitrariedad, su historia también. Con ello se generan las historias oficiales.
Frente a ello, ¿cómo es posible determinar rasgos comunes que permitan compilar en un solo género al mexicano? ¿Abriendo la posibilidad de establecer un mapa de estudio de lo que nos compone cuando nos anteceden siglos enteros de mestizaje? La historia, sin embargo no se nos manifiesta completamente heterogeneizada. Nuestros antecedentes se centran en el desarrollo de nuestra misma identidad, muchas veces coincidentes, otras más bien discrepantes. Se suele revestir de mitos y leyendas, intentos de adornar con guirnaldas literarias una misma historia (llámese: El pípila o Los niños Héroes)
Sin embargo la historia, mi historia, de mí país, que año tras año fui asumiendo en tiempos de estudiante de secundaria y preparatoria, la que creí irrefutable, se vio en el mejor de los casos cuestionada, en el peor, totalmente negada o degradada a chisme, los cánones del héroe revolucionario se vieron diluidos, los mitos desmitificados. La razón: En mis manos había caído una novela histórica mexicana. Desde entonces me volví un seguidor de este género.
d) Ello nos abre otra vía aproximada al conocimiento del mexicano, su literatura histórica.
La historia mexicana tiene varias convulsiones generadoras. Podría hacer un despliegue de erudición y mencionar algunos títulos a partir de esas convulsiones. La literatura histórica o costumbrista mexicana comienza con Fernández de Lizardi, títulos como La hija del Judío (1848-1850) de Sierra O'Reilly y El fistol del Diablo (1845-1846) de Payno , nos podrían brindar un buen panorama al respecto. Después de la guerra de reforma del 1857 al 1861 donde el pensamiento liberal pudo haber influido a títulos como podría ser Martín Garatuza (1868) de Vicente Riva Palacio, Clemencia (1869) de Altamirano. Saltándonos algunos años hacia el porfiriano podría señalar ejemplos como Los bandidos del río frío (89-91) también de Payno, Tomochic (93-95) de Heriberto Frías, El Zarco (1901) de Altamirano, Mala Yerba (1909) de Azuela, La majestad Caída (1911) de Juan A. Mateos. Más allá de ese periodo Viene la etapa de la revolución con títulos bien conocidos por todos nosotros como Los de Abajo (1916) de Azuela, La sombra del caudillo (1929) de Martín Luis Guzmán, Vámonos con Pancho Villa(1931) y Se llevaron el cañón para Bachimba (41) de Rafael Muñoz, Tropa Vieja (1943) de Francisco L. Urquizo Sobre la guerra del 26 al 29 entre sus respectivas secuelas surgen temáticas que explotan novelistas como Los cristeros (37) de José Guadalupe de Anda y Pensativa (44) de Jesús Goytortúa Santos, Al filo del agua de (47) de Agustín Yañez. El llano en Llamas (53) y Pedro Páramo (55) de Juan Rulfo, Balún-Canán (57) de Rosario Castellanos. Después de las constantes convulsiones el novelista no voltea más a observar el costumbrismo de provincia y concentra sus luces en la ciudad, en un crecimiento urbano del que todavía no dejamos de comentar. Con Aura (62) de Fuentes podríamos observar mucho al respecto de ello. La muerte de Artemio Cruz (62) observa el pasado como un tiempo anterior semi-idílico, pero a final de cuentas pasado y antecedente de un revolucionario agonizante, novelas de este estilo son las que marcan el giro de la provincia a la ciudad. Farabeuf (65) por ejemplo ya no se preocupa por pintar usos y costumbres como novelas anteriores, sino que se enfrasca en una prosa idílica de recuerdos y reflexiones. Los que recuerdan algo de la revolución ya lo harán como reflexión o burla, como es el caso de José Ibargüenoitia en Los relámpagos de Agosto (65) pero se avecina una temporada oscura en la memoria de los mexicanos. Con Tlatelolco existe un silencio generalizado sin embargo de Novelas como Con Él, conmigo, son nosotros tres (71) de María Luisa Mendoza y Con los días y los años de Luis González de Alba se puede reflejar muy bien la perspectiva de una buena parte de la vida activa en México y el pensamiento dominante. Y por últmo, antes del boom de la novela histórica de las que destacan títulos como Memorias del Imperio y México Negro, podría incluir el vivo retrato de un México semiurbanizado con Las batallas en el desierto (81) e José Emilio Pacheco.
Debo advertir algo: Escribir sobre la novela histórica mexicana es más que nada con el objetivo de abrir el terreno al diálogo multidisciplinario. Mi única intención es manifestar mis reflexiones acerca de la novela histórica, mi perspectiva no supera a la de un lector aficionado que ha asumido un papel de ponente en un encuentro estudiantil.
Hace algunos años en el periódico El Universal anunciaban que los genes de la población mexicana era una mezcla de 35 grupos étnicos, el Instituto Nacional de Medicina Genómica había concluido el mapa del genoma humano de los mexicanos. Mi sorpresa fue grande cuando en plena crisis de Influenza se diera a conocer en una especie de informe público lo que se prestaba a un equívoco. ¿Cómo es que todo lo que representa a un mexicano pueda manifestarse en una síntesis literaria? Es decir en un informe que se jacte de exponer a todas luces: Lo que hace ser al mexicano, mexicano y no otra cosa. He allí la cuestión.
a) Como respuesta tenemos esta primera instancia: La Biología (En nuestro caso la Genética), a la que Scheler contesta con su Teoría de los Valores. Respuesta mucho más cercana a la teoría Darwinista, que en su tiempo levantó tanta controversia, pues desprendía al hombre de su diferencia específica aristotélica y lo conectaba mucho más directo a una serie de periodos eslabonados, que lo conducían en retroceso a un pasado animalesco.
b) La otra: La Filosofía. Ésta afronta problemas aún más fuertes, pues las discusiones al respecto no datan de hace poco. El intento de Miguel León Portilla es, por demás, de antemano fallido, pues buscar un pensamiento cuyo desarrollo se plantea en un entorno fuera de contexto, presenta serios problemas que, lejos de estrechar nuestras posibilidades de aniquilar el equívoco, tiende a cometer actos de asimilacionismo. El desarrollo de la filosofía en México tiene mayor valor en décadas postreras, es un tanto difícil distinguir Ideología de Filosofía en el pensamiento del siglo XVIII, por ejemplo con el pensamiento liberal mexicano como los señalaremos más adelante.
c) Otra más podría ser la historia. Nadie más que el mexicano podría portar a cuestas aquella historia llena de intrigas.
Políticamente México nace como una colonia española, tiempo después se independiza y afronta la problemática de la autonomía, vive constantes convulsiones bélicas desde la guerra de reforma, la intervención francesa y norteamericana, el gobierno santanista, el porfirismo, la revolución, expropiación petrolera, movimiento del 68, guerra contra el narco, en fin: la consolidación de su estado. México y los Mexicanos se prestan a la convención y a la arbitrariedad, su historia también. Con ello se generan las historias oficiales.
Frente a ello, ¿cómo es posible determinar rasgos comunes que permitan compilar en un solo género al mexicano? ¿Abriendo la posibilidad de establecer un mapa de estudio de lo que nos compone cuando nos anteceden siglos enteros de mestizaje? La historia, sin embargo no se nos manifiesta completamente heterogeneizada. Nuestros antecedentes se centran en el desarrollo de nuestra misma identidad, muchas veces coincidentes, otras más bien discrepantes. Se suele revestir de mitos y leyendas, intentos de adornar con guirnaldas literarias una misma historia (llámese: El pípila o Los niños Héroes)
Sin embargo la historia, mi historia, de mí país, que año tras año fui asumiendo en tiempos de estudiante de secundaria y preparatoria, la que creí irrefutable, se vio en el mejor de los casos cuestionada, en el peor, totalmente negada o degradada a chisme, los cánones del héroe revolucionario se vieron diluidos, los mitos desmitificados. La razón: En mis manos había caído una novela histórica mexicana. Desde entonces me volví un seguidor de este género.
d) Ello nos abre otra vía aproximada al conocimiento del mexicano, su literatura histórica.
La historia mexicana tiene varias convulsiones generadoras. Podría hacer un despliegue de erudición y mencionar algunos títulos a partir de esas convulsiones. La literatura histórica o costumbrista mexicana comienza con Fernández de Lizardi, títulos como La hija del Judío (1848-1850) de Sierra O'Reilly y El fistol del Diablo (1845-1846) de Payno , nos podrían brindar un buen panorama al respecto. Después de la guerra de reforma del 1857 al 1861 donde el pensamiento liberal pudo haber influido a títulos como podría ser Martín Garatuza (1868) de Vicente Riva Palacio, Clemencia (1869) de Altamirano. Saltándonos algunos años hacia el porfiriano podría señalar ejemplos como Los bandidos del río frío (89-91) también de Payno, Tomochic (93-95) de Heriberto Frías, El Zarco (1901) de Altamirano, Mala Yerba (1909) de Azuela, La majestad Caída (1911) de Juan A. Mateos. Más allá de ese periodo Viene la etapa de la revolución con títulos bien conocidos por todos nosotros como Los de Abajo (1916) de Azuela, La sombra del caudillo (1929) de Martín Luis Guzmán, Vámonos con Pancho Villa(1931) y Se llevaron el cañón para Bachimba (41) de Rafael Muñoz, Tropa Vieja (1943) de Francisco L. Urquizo Sobre la guerra del 26 al 29 entre sus respectivas secuelas surgen temáticas que explotan novelistas como Los cristeros (37) de José Guadalupe de Anda y Pensativa (44) de Jesús Goytortúa Santos, Al filo del agua de (47) de Agustín Yañez. El llano en Llamas (53) y Pedro Páramo (55) de Juan Rulfo, Balún-Canán (57) de Rosario Castellanos. Después de las constantes convulsiones el novelista no voltea más a observar el costumbrismo de provincia y concentra sus luces en la ciudad, en un crecimiento urbano del que todavía no dejamos de comentar. Con Aura (62) de Fuentes podríamos observar mucho al respecto de ello. La muerte de Artemio Cruz (62) observa el pasado como un tiempo anterior semi-idílico, pero a final de cuentas pasado y antecedente de un revolucionario agonizante, novelas de este estilo son las que marcan el giro de la provincia a la ciudad. Farabeuf (65) por ejemplo ya no se preocupa por pintar usos y costumbres como novelas anteriores, sino que se enfrasca en una prosa idílica de recuerdos y reflexiones. Los que recuerdan algo de la revolución ya lo harán como reflexión o burla, como es el caso de José Ibargüenoitia en Los relámpagos de Agosto (65) pero se avecina una temporada oscura en la memoria de los mexicanos. Con Tlatelolco existe un silencio generalizado sin embargo de Novelas como Con Él, conmigo, son nosotros tres (71) de María Luisa Mendoza y Con los días y los años de Luis González de Alba se puede reflejar muy bien la perspectiva de una buena parte de la vida activa en México y el pensamiento dominante. Y por últmo, antes del boom de la novela histórica de las que destacan títulos como Memorias del Imperio y México Negro, podría incluir el vivo retrato de un México semiurbanizado con Las batallas en el desierto (81) e José Emilio Pacheco.
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