domingo, 7 de agosto de 2011

MARCO HISTÓRICO DE LA TESIS 23 DEL PCM. Comisión de Cultura

MARCO HISTÓRICO DE LA TESIS 23 DEL PCM

Aunque el recién legalizado partido de los comunistas ya realizaba importantes actividades públicas desde el año 1976, cuando participó de manera independiente en la contienda electoral presidencial postulando a Valentín Campa, eran tiempos todavía marcados por la clandestinidad a la que el gobierno federal lo había condenado desde el maximato callista, allá por los años 30’s.
Es verdad que durante el cardenismo, en el marco de las reformas que el presidente Lázaro Cárdenas estableció con apoyo de las clases trabajadoras, el PCM logró desarrollar una actividad importante y abierta, pero ésta bajó de perfil con el régimen avilacamachista y,  con la llegada de Miguel Alemán al poder, particularmente con el “charrazo” de 1948, el PCM fue acosado y sus cuadros sujetos de represión.
En 1968, numerosos cuadros del PCM fueron encarcelados por su participación en el Movimiento Estudiantil-Popular de ese año. En 1970, el genocida Luis Echeverría Álvarez obtuvo la presidencia de la república, y en 1971 hizo un intento por reconciliarse con las llamadas clases medias y con los propios estudiantes. Diseñó una política parcialmente reformista conocida en los medios como la “apertura democrática”, en realidad una vulgar maniobra para “limpiar” la imagen de quien destacadamente estaba señalado como autor intelectual de la masacre del 2 de octubre, en Tlatelolco. Esa “apertura democrática” fue aprovechada por el Ing. Heberto Castillo y el dirigente ferrocarrilero Demetrio Vallejo, quienes obtuvieron facilidades para crear el Consejo Nacional de Auscultación y Organización, y, en 1974, el Partido Mexicano de los Trabajadores, que fuera señalado en este periodo como “aperturista” y reformista. Otros destacados intelectuales como Octavio Paz y Carlos Fuentes también apoyaron la llamada “apertura democrática”.
A partir de 1971, los presos políticos fueron saliendo de la cárcel en pequeños grupos. A algunos de ellos, como los más notorios dirigentes del Movimiento Estudiantil Popular de 1968, se les sacó de la cárcel pero inmediatamente se les exilió del país, aunque ellos aprovecharon la primera oportunidad para regresar. El célebre escritor y dirigente moral de muchos comunistas, José Revueltas, fue también liberado y moriría pocos años después.
Desde luego, Echeverría Álvarez no era ni con mucho un demócrata convencido, pero sí percibió la necesidad de abrir los espacios autoritarios y burocráticos que prevalecían políticamente y que eran utilizados contra la clase obrera, los campesinos y el resto de los trabajadores del país. (En el cine, por ejemplo, dado que el hermano del presidente era un conocido actor, Rodolfo Landa, que simpatizaba con el cine social –y a causa de otros factores en los que no profundizaremos por ahora-, se diseñó una política cinematográfica que permitió numerosa obra fílmica de calidad, de la que estaban a cargo cineastas y escritores más o menos recién venidos, como Felipe Cazals, Jorge Fons y Arturo Ripstein –entre los más reconocidos aun en la actualidad-, que pronto crearon la percepción en el pueblo de que la situación política estaba cambiando y de que se abrían espacios democráticos en el sistema político dominante.)
La inconsistencia de la llamada “apertura democrática” fue evidente en el conflicto en la Universidad Autónoma de Nuevo León, donde el maniobrismo de Echeverría intentó suplantar al movimiento universitario dirigido por los comunistas. Ese fue el origen de la manifestación y la matanza del 10 de junio de 1971. Posteriormente Echeverría y la policía política desencadenaron una brutal represión contra los 23 grupos que intentaron lograr un cambio revolucionario por la vía armada. La mayoría de estos grupos fueron desarticulados antes de combatir. A esta etapa represiva se le conoció como “la guerra sucia”, periodo en el que también hubo matanzas y arrasamiento de pueblos en el estado de Guerrero. 
Echeverría dejó heredada una crisis política nacional: Tenía conflictos con el empresariado; la llamada “guerra sucia” había dejado “saldos indeseables” para la clase política del país, muy influenciada por el pensamiento del ideólogo gubernamental Jesús Reyes Heroles; el PAN no podía disfrazar sus conflictos internos, que le impidieron llegar a un acuerdo para presentar candidato a las elecciones; López Portillo (quien definió a su gobierno como “el último de la revolución”) había sido candidato único; los partidos llamados “parestatales” (PARM y PPS) no agregaban nada a la situación política del país; en fin, el sistema no daba más de sí y tenía necesidad de un viraje urgente.
La Marcha por la Democracia, con la candidatura de Campa, en 1976, hizo más evidente la crisis y la necesidad de ofrecer una salida política. En esas circunstancias, se decidió, no inmotivadamente ni por buena voluntad del régimen, reformar la ley electoral y legalizar al PCM, lo cual ocurrió ya con López Portillo en el poder, en los años 1978-79. La reforma fue controlada, dosificada, gradual y miserablemente, pero fue una conquista en la que el PCM tuvo un papel fundamental. Por eso se puede afirmar que fue un acierto la decisión del PCM de dar máxima importancia a la lucha por sus derechos.
Estos eran algunos de los aspectos que rodeaban la realización del XIX Congreso, iniciado el 9 de marzo de 1981. En lo interno había otras circunstancias delicadas, como el manifiesto publicado por 13 disidentes llamados renovadores en el periódico Excelsior, que dividía a los comunistas en “dinos” (dinosaurios) y  “renos” (renovadores), y también se debatía fuertemente la cuestión de la democracia interna del PCM y el carácter vertical de la estructura y de la dirigencia internas, de conceptos como la disciplina de partido y de otras tesis y teorías marxista-leninistas, como las relativas a la “dictadura del proletariado”. Asimismo, se cuestionaba la militancia del PCM como una en la que pesaban mucho los intelectuales orgánicos y se descuidaba el trabajo de la militancia en las fábricas y en el campo, criticándosele asimismo de debatir larga (y a veces estérilmente) sus posiciones y planteamientos teóricos y prácticos.
La discusión posterior a la publicación de las “tesis” no correspondió al antecedente y al objetivo buscado de dar un ejemplo de ejercicio amplio y democrático, de cara a la sociedad y de dotar al PCM de una política desplegada para las condiciones de legalidad, que debía ser consolidada con fuertes avances en el crecimiento, la organización y la influencia política y social del partido. Ese proceso de discusión fue interferido por los mismos “renos”, que se constituyeron como grupo con objetivos y disciplina propia (lo cual violentaba las normas estatutarias), y que también tenían la intención de desatar una lucha interior para combatir a la dirección del partido y ganar ese papel y los cargos en el Congreso. Fue entonces ineludible atender ese delicado aspecto de la vida interna del PCM.
Internacionalmente, el PCM tenía coincidencias con las posiciones de Gramsci y el eurocomunismo, sobre todo en la valoración de la lucha por la democracia en todas sus determinaciones y su unidad con la lucha por el socialismo, como una clave estratégica del cambio revolucionario y como un espacio de desarrollo del movimiento obrero y de elevación de la política mexicana, aunque esta concepción ideológica no alcanzó a desarrollarse como estrategia política. Esta valoración de la democracia significaba una serie de diferenciaciones y contrastes con las políticas limitadoras de la democracia de casi todos los partidos comunistas gobernantes. Se mantenía una estrecha relación con algunos partidos comunistas europeos, principalmente el español y el italiano, y también, en menor medida, con los comunistas franceses. Igualmente se subrayaba la necesidad de la independencia política del PCM (y de todos los partidos comunistas, con sus diversidades), de la elaboración teórica propia, y de un internacionalismo que no redujera al PCM a ser eco de la política exterior o interior de la URSS o de ningún otro Estado. 
En 1968, la dirigencia del PCM había manifestado su desacuerdo con la invasión de Checoslovaquia por la Unión Soviética y además publicó el programa de acción del Partido Comunista de Checoslovaquia  en el órgano oficial del PCM.  Esta actitud trajo fuertes problemas con los comunistas rusos y, en general, con los del llamado “bloque socialista”. Al comenzar 1980, el PCM condenó la entrada del ejército de la URSS en la guerra contra Afganistán.
Las relaciones con los partidos de otros países se hicieron más ricas, no sólo con los eurocomunistas, sino también con los cubanos, japoneses, chilenos, rumanos y otros. En 1981, el secretario de asuntos internacionales del PCM, Marcos Leonel Posadas, viajó a China para restablecer relaciones con el Partido Comunista de China; previamente Arnoldo Martínez Verdugo, como secretario general del PCM, había restablecido contactos con ese país, luego de más de 15 años interrumpidos.
El eurocomunismo fue una importante iniciativa política para romper el bloqueo a los partidos comunistas de Italia y de Francia y una vía de desarrollo de la democracia. Sin democracia tal enfoque estratégico no era posible. Se trataba, entonces, de una búsqueda de salidas de la crisis hacia el cambio social revolucionario. Italia estaba hundida en una grave crisis económica, política y social. El Partido Comunista Italiano (PCI) y la Democracia Cristiana eran los partidos más votados. La fuerza social e intelectual del PCI era de primerísimo orden, pero pesaba el veto de EEUU y Kissinger para evitar su entrada al gobierno. Enrico Berlinguer, líder sensible, culto y creativo, propuso en 1975-76 a la DC un “compromiso histórico”, un acuerdo básico para dar salida a la crisis, para un gobierno de concentración nacional encabezado por los dos partidos; una audaz apuesta por la democracia y la independencia política. Aldo Moro, el máximo líder de la DC, fue secuestrado y asesinado por las llamadas brigadas rojas en 1978, cuando se dirigía al Parlamento que debía votar el nuevo gobierno. La brutal ofensiva del capitalismo neoliberal deterioró y descompuso el juego democrático italiano.
Por su parte, el imperialismo norteamericano desarrolló una poderosa y agresiva ofensiva mundial, que hizo pasar al capitalismo a una fase superior de desarrollo, al capitalismo depredador que sería conocido como neoliberalismo global, fase en la que se transformarían por completo las relaciones económicas, políticas y sociales de producción conocidas y que estuvo caracterizada fundamentalmente por el desarrollo de la tecnología y de la hegemonía militar y financiera estadunidense. Esta ofensiva imperialista afectó fundamentalmente a las clases trabajadoras a nivel mundial y empobreció aún más a los pueblos de la mayoría de los países en desarrollo, apuntalando a los gobiernos y partidos de la burguesía en todo el mundo. Años antes se aplicaron las llamadas reaganomics y el tatcherismo, el Consenso de Washington y su generalización en los años 80, y otras medidas que deben analizarse con mayor profundidad, pero que no son objeto central de estas reflexiones.
La poderosa ofensiva del imperialismo también se había manifestado en América Latina, sobre todo en el sur del continente, desde 1963, en que abiertamente provocaron golpes de Estado y forzaron retrocesos en la economía y la política de las más importantes naciones sudamericanas, destacadamente en Brasil, Chile, Argentina, Uruguay y Bolivia. Se trataba, entre otros objetivos, de impedir el desarrollo de los movimientos armados. Para analizar más a fondo esta cuestión, debe hablarse de momentos y coyunturas distintas, aunque en todas ellas hubo intervención de Washington y de la Casa Blanca. El intento de avance al socialismo por vía pacífica y electoral que llevaron Salvador Allende y la Unidad Popular en Chile fue aplastado bestialmente en 1973. Se cerraban caminos.
Pese a todo ello, la correcta estrategia política interna del PCM lo había hecho crecer y fortalecerse en todo el país, particularmente a partir de la campaña de Campa, en 1976.
En este marco histórico nacional y mundial de referencia, se presentaron 35 tesis al XIX Congreso. La número 23 pretendía condensar las bases de lo que sería una política cultural, por eso se titula: “Ante los problemas de la cultura, los intelectuales y la ciencia”.
Hay que destacar también que, específicamente en el campo de la cultura, el PCM organizó, a partir de abril de 1977, grandes festivales culturales, los primeros llamados de Oposición, que era el nombre del periódico del partido, cambiando luego de nombre los festivales al del periódico del PSUM. Estas iniciativas político-culturales se inscribían en la lucha por los derechos del PCM y constituyeron una prueba de militancia organizada y de presencia pública. El primero de ellos tuvo 70 mil asistentes y seis magnas funciones artísticas en el Auditorio Nacional; 52 pabellones de exposiciones; Foro Abierto con 34 grupos y solistas; Teatro al aire libre y Rincón infantil. Además hubo foros de discusión sobre diversos temas con decenas de personalidades y exhibición de cine en los teatros Villaurrutia, El Granero, De la Danza y Del Bosque. Se habló allí de las luchas de la mujer, economía nacional, democracias y reformas, sindicalismo independiente, teatro, cine, literatura, cristianos y marxistas. Hubo delegaciones artísticas de 16 países y en el foro central destacó la dirección de Héctor Ortega y la conducción de Claudio Obregón y Aurora Molina. Fue sin duda emocionante, en la clausura de uno de esos festivales, ver cómo el público del Auditorio Nacional repleto de comunistas y banderas rojas, entonaba La Internacional, junto con los numerosos artistas que participaban en cada una de las funciones, al tiempo que se lanzaban claveles rojos desde el escenario.
Poco después, en 1981-82, el PCM se fusionaría con el Partido Socialista Revolucionario, el Movimiento de Acción Política, el Movimiento de Acción y Unidad Socialista, el Partido del Pueblo Mexicano y el Movimiento de Acción Popular, dando paso a la formación del Partido Socialista Unificado de México (PSUM), de corta existencia, y que cinco años después volvería a fusionarse, ésta vez con el Partido Mexicano de los Trabajadores, el Partido Socialista de los Trabajadores, la Unión de Izquierda Comunista, el Partido Patriótico Revolucionario y el Movimiento Revolucionario del Pueblo, creándose así el Partido Mexicano Socialista, en 1987, y comenzando la disolución, la diáspora de los comunistas mexicanos.
Esa diáspora y dispersión se acentuó posteriormente con las transformaciones generadas por la Perestroika y la Glasnot en la URSS (1987), iniciadas por Gorbachov, políticas reformistas tardías que ya no pudieron oponerse ni superar un largo periodo de descomposición política en la URSS, que finalmente acabó con su disolución en 1991.
Hasta aquí el marco general histórico relacionado con la Tesis 23, un marco general histórico somero que requiere de mayor análisis y profundidad, pero que nos sirve para comprender el contenido de dicha Tesis.