sábado, 25 de mayo de 2013

VAMOS A DESPEDIR AL CAMARADA ARNOLDO



VAMOS A DESPEDIR AL CAMARADA ARNOLDO A GAYOSO FELIX CUEVAS
Arnoldo Martínez Verdugo y la unidad

Adolfo Sánchez Rebolledo / La Jornada

Hay muchas y buenas razones para homenajear en vida a Arnoldo Martínez Verdugo. Algunas se han señalado en estos días: su resistencia al diktat soviético durante la invasión a Checoslovaquia en 1968; el rechazo cada vez más explícito al socialismo real como modelo universal antes de su caída final; la voluntad personal de construir desde el Partido Comunista una opción legal para impulsar la democracia en México; la humildad personal tan ajena a los protagonismos de otros dirigentes de menor estatura, en fin, su capacidad para encabezar una corriente marxista que por demasiados años fue acosada, perseguida sin miramientos y que, por supuesto, también cometió errores y tuvo debilidades.
Más allá de las diferencias o las controversias de otras épocas, la celebración de Arnoldo es, sin duda, el justo reconocimiento a una personalidad política cuya actividad deja una huella propia, una estela que vale la pena capturar para entender mejor nuestro presente. Con ese propósito, existen admirables recuentos biográficos, como el de Humberto Musacchio, retomado por Peláez en estos días, pero lo cierto es que pese a ellos subsiste una inmensa laguna en cuanto hace a la recuperación de la historia reciente de la izquierda. El extraordinario crecimiento del peso de las fuerzas progresistas en el país a partir de 1988 no se vio aparejado a un intento cualitativo de revalorar qué había ocurrido y cómo fue que se gestaron las ideas y se encauzaron los esfuerzos de varias generaciones. Junto a valiosos estudios académicos (que por fortuna no paran de salir) se echan de menos los análisis políticos, es decir, el ajuste de cuentas racional que faltaba para mirar adelante. En su lugar, reaparece de cuando en cuando la mitología heroica de los discutibles buenos tiempos pasados, pero lo peor es que muchas contribuciones liberadoras se olvidaron, sepultadas por la velocidad de los acontecimientos que marcaron, como dice Hobsbawm, el fin del siglo corto, como si el mundo que estaba por nacer del derrumbe del socialismo fuera un planeta nuevo, sin huellas del pasado, definitivo e irreformable.
Quienes han homenajeado a Martínez Verdugo en estos días se han referido, como no podía ser de otra manera, a su aportación a la unidad de la izquierda, es decir, de aquellas tendencias que aspiraban al socialismo (sea lo que esto a la fecha significara), transformando el régimen político autoritario en una democracia real. Y tienen razón, pues ninguna iniciativa tuvo en su momento los alcances y la trascendencia de una decisión que, para concretarse, hubo de articular la audacia política para negociar con otras fuerzas y el gobierno, aunada más adelante a la convicción de que el Partido Comunista, el más antiguo del país, debía disolverse libremente para dar paso, como se decía entonces, a una fuerza políticamente superior, capaz de superar críticamente a las organizaciones anteriores, cualesquiera que fueran sus títulos históricos, sus aciertos y errores del pasado o sus fidelidades doctrinarias.
A la vista de los hechos, es difícil afirmar que el PSUM logró convertirse en el partido que la sociedad esperaba. Menos aún el PMS que le sucedió. La integración orgánica resultó ser mucho más difícil en un país donde la crisis reforzaba la aparición de la oposición de derecha como la opción al PRI, cuya cutura política seguía viviendo. Pero la experiencia de la unidad sirvió para darle continuidad al proceso de constitución del gran partido que en 1989 asumió el registro originalmente ganado por el PCM. Para llegar hasta allí se habían puesto por delante los méritos de la unidad por encima de las diferencias, que no eran pocas, pues entre ellas estaba, por ejemplo, la ubicación en el nuevo ideario democrático y nacionalista del socialismo, cuya definición no podía repetir el viejo esquema cuyas ruinas habíamos visto caer en Berlín y luego en Moscú. Por desgracia, esos grandes temas ya no pasaron al debate político y fueron subsumidos por una nueva retórica, muy pragmática, sin grandes filos teóricos o propositivos. La relación entre socialismo y democracia, sencillamente, dejó de ser pertinente, aunque sigue a la espera de una reflexión colectiva a la luz de la realidad aquí y ahora.
Hoy que estamos de vuelta a la fragmentación de las fuerzas de izquierda conviene volver a revisar aquella época, sobre todo cuando la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas creó las condiciones para el surgimiento de un movimiento más abarcante que el de todas las organizaciones de la izquierda juntas. Sin duda se trata de momentos tan distintos como incomparables, y es difícil rechazar que bajo las corrientes actuales asoman partidos en ciernes, defendiendo intereses particulares, programas, estilos, pero un hecho es claro y contundente, como lo vio Arnoldo a finales de los años 70: en la lucha política siempre hay que elegir, o se actuaba en la arena electoral con todas las fuerzas disponibles o se dejaba un registro testimonial. O la izquierda socialista se sumaba al proyecto neocardenista, aportando sus mejores cuadros y experiencias, o abandonaba la escena sin dar la batalla. Bien que Morena se haga un partido fuerte y que el PRD logre consolidarse como tal, pero sería una peligrosa ilusión creer que se puede avanzar sin un planteamiento de unidad capaz de oponer a sus adversarios una fuerza superior.
Antes de concluir quisiera recordar una faceta singular de Arnoldo Martínez Verdugo que lo enaltece como figura. A él se debe el CEMOS, una institución creada con modestia para evitar, justamente, que la rica historia del PCM y otras fuerzas se pierda entre la superficialidad del debate cotidiano. Allí nació la revista Memoria. En sus archivos se conservan imágenes y documentos invaluables. En fin: felicidades, Arnoldo, y una larga vida.



Martínez Verdugo y otros recuerdos

Octavio Rodríguez Araujo / La Jornada

El reciente y merecido homenaje a Arnoldo Martínez Verdugo me llevó a recordar viejos sucesos, incluido su secuestro en 1985. Dicho secuestro fue calificado por Carlos Pereyra como actividad delictiva y una pretendida actividad política de izquierda, y añadió: Más allá de las vicisitudes anecdóticas de unos cuantos millones de pesos producto de un plagio anterior (el de Rubén Figueroa), llama la atención el desenfado de cierta cultura política para incorporar acciones delictivas como parte de la actividad política (Carlos Pereyra, Atavismos en la izquierda, La Jornada, 26/07/85).
En efecto, los militantes del Partido de los Pobres (PDLP), fundado por Lucio Cabañas, fueron comparados, y no sólo por Pereyra, con delincuentes, por haber secuestrado a uno de sus exmiembros, Félix Bautista Matías, y luego a Arnoldo, entonces dirigente del Partido Socialista Unificado de México (PSUM). Si eventualmente el PDLP de los años 80 no era el mismo de los tiempos de Cabañas, asesinado en diciembre de 1974, eso no impide constatar un hecho objetivo: que el dinero obtenido por el grupo guerrillero por el secuestro de Rubén Figueroa fue en parte entregado, en resguardo, al Partido Comunista Mexicano, y éste lo invirtió al parecer en la compra de un edificio, de algunos automóviles y gastos operativos. Acción que, a mi juicio, no fue correcta.
Algo escribí al respecto en esos meses de 1985, sobre todo polemizando con Hermann Bellinghausen y otros, pero no lo retomo ahora. Lo que me interesa destacar es la indiferencia en aquellos años de lo que había ocurrido durante la guerra suciainiciada por Gustavo Díaz Ordaz en contra de ciudadanos pacíficos que, por el hecho de protestar, fueron orillados a la insurrección armada. Este tema, vale decirlo, no es el típico dilema del huevo y la gallina. Lo primero fue la represión, lo segundo fue la reacción desesperada y defensiva de quienes se asumieron como paladines de sus compatriotas más cercanos, en ese caso del estado de Guerrero, y más particularmente del municipio de Atoyac de Álvarez. Esto es, los movimientos insurreccionales no fueron gratuitos ni producto de mentes calenturientas. Eran y son consecuencia de muchos años de agravios en contra de los pobres de México, éstos sí tratados de ordinario como delincuentes, especialmente si protestan.
Para quienes no recuerden los hechos cito a continuación a un protagonista, el exguerrillero José Arturo Gallegos Nájera (La guerrilla en Guerrero, 2004): “El año de 1967 fue el parteaguas en la historia de Guerrero por la virulencia con que se manifestaba el Estado en contra de los sectores en lucha. El 18 de mayo padres de familia de la escuela Juan N. Álvarez de Atoyac fueron masacrados cuando realizaban una asamblea para protestar contra las autoridades de la directora del plantel… Un día antes el profesor Lucio Cabañas Barrientos, destacado luchador social que gozaba de mucha simpatía entre la población, fue invitado a participar en esa asamblea… (Lucio) llegó puntual. Apenas había iniciado su discurso se escucharon disparos provenientes de las calles adyacentes y todo se volvió confuso… Aunque no se sabe toda la verdad con exactitud, lo real es que la fuerza pública abrió fuego sin mediar provocación alguna, disparando contra todo y contra todos”. Y también: “Isabel Gómez –narró Cabañas– cayó a unos cuantos pasos de mí. Mientras agonizaba, el niño que llevaba en el vientre se movía y moría con su madre” (citado por Carlos Bonilla Machorro, Ejercicio de guerrillero, 1981).
Lucio Cabañas logró escapar y resolvió tomar el camino de la subversión en la clandestinidad. De ahí surgiría el PDLP y su brazo armado la Brigada Campesina de Ajusticiamiento. No tuvo otra alternativa, como tampoco la tuvieron Genaro Vázquez, Rubén Jaramillo o, más recientemente, los indios de Chiapas.
Esos años y los siguientes fueron tiempos de represión y de insurrección. No había vías democráticas para la acción política de la oposición y la disidencia. La represión llevó a la radicalización de algunos sectores de la población, y más después del 2 de octubre de 1968. Los derechos humanos fueron violados sistemáticamente y la tortura, la desaparición forzada y las ejecuciones extrajudiciales eran el lugar común contra todos aquellos que el gobierno y sus asesores militares (Acosta Chaparro, Quiroz Hermosillo y Nazar Haro, señaladamente) consideraban enemigos de la estabilidad y del gobierno. Fueron los días en que fue detenido y desaparecido Rosendo Radilla por cantar corridos sobre Lucio Cabañas. Su caso, por cierto, sigue abierto ante diversas comisiones de derechos humanos.
Con lo anterior no estoy justificando el secuestro de mi amigo Arnoldo Martínez Verdugo, ni tampoco el de Félix Bautista, a quien no conocí. Lo que estoy tratando de decir es que los guerrilleros de entonces y de ahora no son delincuentes, y que quizá tuvieron razón en presionar al sucesor del PCM, el PSUM, para que les devolviera el dinero que le habían dado a guardar. Lo que entiendo es que nadie se movió por el secuestro de Bautista, quizá porque no era muy importante en la política, pero sí cuando el plagiado fue Arnoldo. Según las crónicas conocidas hoy, fue de tal importancia dicho secuestro que el gobierno de Miguel de la Madrid pagó el rescate de ambos, se dice que 100 millones de pesos.
            La Jornada, en agosto-septiembre de 1985, invitó a la polémica sobre el tema, sobre las cosas no habladas que urge dirimir dentro de la izquierda. La polémica fue interesante y un ejemplo de lo que ahora rara vez ocurre entre tantos temas que debieran debatirse con seriedad. Lo que se estila ahora, en el mejor de los casos, es la indirecta y, con mayor frecuencia, el insulto o el calificativo fácil en lugar del uso de argumentos. Una lástima.



Arnoldo y la Revolución mexicana

Joel Ortega Juárez / Milenio Diario

Es sintomático que alrededor de una docena de artículos homenajeando a Arnoldo Martínez Verdugo destaquen su labor unitaria en las izquierdas, su independencia ante la URSS, su compromiso democrático, pero evadan su ruptura con la ideología de la Revolución mexicana.
Durante decenios las izquierdas orbitaron en torno al Estado, la ideología y los partidos de la Revolución mexicana, fue hasta el XIII Congreso del Partido Comunista Mexicano que un grupo de cuadros medios rompieron con la antigua dirección y con la ideología de la Revolución mexicana, entre ellos estaba Arnoldo Martínez Verdugo.
Probablemente muchos antiguos militantes de las izquierdas han retornado a la vieja cultura lombardista o incluso al echeverrismo tardío y hoy enarbolan tesis del nacionalismo revolucionario y el estatismo, quizá muchos convencidos de que esa es la alternativa ante el neoliberalismo.
Una buena parte de las causas que han permitido el retorno del PRI a la Presidencia, se debe al efecto narcotizador (adormecedor) de la ideología de la Revolución mexicana.
El autoritarismo priísta se “justificaba” aduciendo que lo más importante era la justicia social y que la democracia era una aspiración de la reacción o de la clase media de ideas exóticas (comunistas y socialistas) conjuradas con los enemigos de la patria. Esa tesis la sigue usando Luis Echeverría para “explicar” el 68 y el 10 de junio de 1971.
La realidad es que la justicia social es una falacia, antes y después del neoliberalismo.
México es un país de inmensas desigualdades. Más de 50% de pobres y de ellos varios millones en pobreza extrema y en el otro polo social capitales y millonarios como Carlos Slim o Enrique Peña Nieto y su gabinete, como se puede entrever con su absurda “declaración patrimonial”.
Somos un país con peores niveles de empleo, de salario, de sistemas de seguridad social y salud, de calidad de la educación, de vivienda y de otros niveles de vida que países semejantes como Costa Rica, Uruguay, Argentina y ahora Brasil.
Ese ha sido el resultado preciso del Estado de la Revolución mexicana.
            Desde las izquierdas hace falta construir una opción de cambio genuino que  libere de  la narcotización a los trabajadores, a las clases medias y, sobre todo, a millones de jóvenes.
Arnoldo Martínez Verdugo dio un gran aporte en 1960. Hoy es conveniente retomar su aportación y acabar con el mito de la eternidad de la Revolución mexicana y recuperar la vía autónoma.



Arnoldo Martínez Verdugo

Teresa Gurza Orvañanos

 A Martha…

Frente al desprestigio, inconsecuencia, avidez y chabacanería, que son ahora patrimonio de la mayoría de los políticos y de todos los partidos, destaca más aún la personalidad de Arnoldo Martínez Verdugo; a quien con muchísima razón se llama dirigente histórico de la izquierda mexicana.
Con motivo de su 88 cumpleaños ya muchos antiguos camaradas y varios periodistas han escrito y descrito lo hecho por este hombre decente, discreto, inteligente y sencillo que dirigió durante casi 20 años (1963 a 1981) el Partido Comunista Mexicano, sin que se le subieran los humos a la cabeza y sin haber caído en ese culto a la personalidad, a que tan proclives han sido otras organizaciones de la izquierda nacional e internacional.
Sin la contribución de Arnoldo no puede entenderse la democratización de México; y fue sin duda tarea difícil, porque tuvo que empezar por disminuir el sometimiento de los comunistas mexicanos al Partido Comunista de la Unión Soviética, PCUS; lo que no era poco, en una época en que prácticamente todos los partidos latinoamericanos con excepción tal vez del dominicano, aceptaban sin chistar y hasta con complacencia, los dictados soviéticos.
Con sus tenaces compañeros de esos años, Arnoldo logró después que se reconociera el derecho de los comunistas a existir políticamente y el registro del PCM.
Fuera ya de la clandestinidad, impulsó la formación de la Coalición de Izquierda; cuyos votos en el Distrito Federal, fueron la semilla de la que germinaron los subsecuentes gobiernos perredistas.
Encabezó luego la disolución del PCM, pensando que era lo adecuado para ampliar la influencia de la izquierda que con la integración de nuevas fuerzas cristalizó en el Partido Socialista Unificado de México, PSUM, antecedente del PRD.
Es bueno recordar, porque muchos pueden ignorarlo y otros pretenden olvidarlo, que el PRD debe su registro y gran parte de sus bienes materiales, al esfuerzo de generaciones de sacrificados comunistas, que lucharon por sus ideales casi sin recursos; y sin pelear diputaciones y puestos, poder y dinero, como actualmente sucede.
Característica de la dirigencia de Arnoldo fue la suma y no la división; y de su personalidad, el no haberse sentido ni caudillo ni líder; y el haberse pospuesto en beneficio del conjunto.
Sabía que con la incorporación de universitarios con más bagaje académico que la mayor parte de los antiguos militantes, estos –y él con ellos– quedarían un tanto relegados.
Pero aún sabiéndolo, luchó sin estridencias porque se les diera un lugar destacado desde el que pudieran aportar ideas y conocimientos, para hacer más viable la opción socialista; y para estar en condiciones de fundamentar su convicción de que la democracia debía abarcar a sacerdotes y militares, sindicatos, mujeres y homosexuales.
Planteamientos estos vigentes en sus muchos años de congruencia política, como se advirtió en su discurso para agradecer el homenaje que organizó la delegada de Tlalpan, Maricela Contreras, quien fue por cierto representante de nuestro partido, el PSUM, ante el comité distrital electoral cuando en 1981fui candidata a diputada por el 24 distrito, que comprende la delegación de Tlalpan y parte de la de Xochimilco.
Para ese merecido homenaje, escribió Arnoldo entre otros conceptos: “Nuestro proyecto político tiene que ir más allá de la política… Queremos promover una profunda transformación intelectual y moral de la sociedad”.
Nada más y nada menos.
De todas las imágenes que de él recuerdo, me gusta evocar su satisfacción por los éxitos de los festivales de Oposicióny de Así Es, los periódicos partidistas; su simpatía y risas en una cena de hace décadas en casa del pintor Mario Orozco Rivera y su mujer Emma León, hermana de Eugenia y también magnífica cantante.
Su risueña sorpresa cuando al regresar del primer viaje que hizo en forma abierta y con visa oficial a Estados Unidos para reunirse con comunistas gringos, unos agentes de la CIA a los que no había advertido, le dijeron en la puerta del avión “está sano y salvo en su país, nosotros ya nos vamos”.
Y cuando parado en la escalera del flamante local del PCM en la calle de Durango que ese día estrenábamos, habló sobre el amor y la importancia que debía tener en las vidas de quienes queríamos el socialismo para México.
Pero lo recuerdo sobre todo, por su emoción contenida cuando al terminar el congreso que el 6 de noviembre de 1981 disolvió el PCM, cantamos por última vez en un acto público La Internacional.

Arnoldo Martínez Verdugo
José Woldenberg
17 de enero de 2013•06:38

De la intensa, compleja y productiva vida de Arnoldo Martínez Verdugo traigo a la memoria las que pienso son sus contribuciones fundamentales en un periodo de transformaciones del Partido Comunista Mexicano y de buena parte de la izquierda. En ese espacio temporal AMV encabezó por lo menos cuatro grandes ideas que sirvieron para remodelar el rostro de la izquierda mexicana. Existe evidencia suficiente para demostrar que por lo menos entre 1968 y 1982 AMV impulsó de manera sistemática y decidida la construcción de una izquierda: a) independiente, b) institucional, c) unificada y d) democrática.

A) Independiente. En 1968 los ejércitos del Pacto de Varsovia invadieron Checoslovaquia. Pusieron fin a la hasta entonces llamada Primavera de Praga. Un intento por inyectarle ciertas dosis de libertad a un sistema de gobierno vertical y opresivo. El "experimento" encabezado por Alexander Dubcek fue ahogado a sangre y fuego. En medio de la Guerra Fría, la Unión Soviética no permitía ningún gesto de independencia de uno de sus países satélites. Y ese clima político e ideológico llevaba, casi de manera inercial, a que izquierdas y derechas se alinearan con sus respectivas potencias imperiales. Lo que hiciera o dejara de hacer la URSS era justificado por las izquierdas para no hacerles el "juego" a los enemigos estratégicos y algo similar sucedía en el polo opuesto.

Pues bien, el Partido Comunista Mexicano, encabezado por Martínez Verdugo, condenó de manera contundente esa invasión. Fue un momento culminante de un proceso que tenía antecedentes. El PCM, si bien seguía manteniendo relaciones de colaboración con los otros partidos comunistas, no estaba dispuesto a ser un peón acrítico del Partido Comunista de la Unión Soviética. Si mal no recuerdo, el PCM fue el único partido comunista de Latinoamérica que asumió esa posición y por supuesto eso honra al PCM y a AMV.

B) Institucional. Electoral. Luego del impacto del movimiento estudiantil de 1968 y de su paranoica represión, la izquierda independiente mexicana vivió un renacer. En un clima de efervescencia, altamente irritado, proliferaron proyectos de todo tipo: agrarios, obreros, estudiantiles, populares. Se fundaron nuevas publicaciones, aparecieron nuevos partidos y organizaciones que aspiraban a serlo. Se discutían las vías de transformación, las estrategias de lucha, los métodos de trabajo. Son los años en que además se multiplican grupos guerrilleros que asumen que las vías de la política pública y pacífica se encuentran clausuradas.

En ese ambiente, en 1976, el PCM, encabezado por AMV, lanza la candidatura de Valentín Campa a la Presidencia de la República. El Partido Comunista no cuenta con registro, pero el recorrido de Campa por todo el país, apareciendo en auditorios y plazas, entrando en contacto con trabajadores y estudiantes, campesinos y activistas, resume una idea: "estamos aquí; somos una fuerza nacional; tenemos derechos; deseamos participar en las elecciones y eventualmente obtener cargos de representación". La iniciativa no es comprendida por toda la izquierda. Recibe fuertes críticas. Pero sin duda, es un antecedente sin el cual no se puede comprender la reforma política de 1977 que precisamente abrió las puertas para que corrientes políticas hasta entonces marginadas del mundo institucional/electoral pudieran incorporarse a él. Sobra decir que no pocos partidos que en su momento criticaron al PCM y a AMV luego siguieron esa misma ruta.

C) Unificada. La fuerza electoral de la izquierda era magra. Y además estaba "atomizada" en un archipiélago de partidos y organizaciones que le restaban poder de atracción y disminuían su peso político. En las primeras elecciones luego de la reforma de 1977, el PCM -en coalición con otras organizaciones- obtuvo el 5 por ciento de los votos y resultó el partido de izquierda más votado. No era suficiente. Era posible y necesario ofrecer a la diversidad política realmente existente en la izquierda una organización unificada.

Arnoldo Martínez Verdugo, entonces, encabezó una operación ambiciosa: disolver al Partido Comunista para construir un nuevo partido de las izquierdas. La disolución del primero, luego de un poco más de 60 años de existencia, para unirse con otras formaciones, tuvo que hacer frente a resquemores y dudas de toda índole, pero en 1981 permitió la fusión de cinco agrupaciones para dar paso al Partido Socialista Unificado de México. Fue el primer eslabón -fundamental- de lo que luego sería un proceso unificador cada vez ambicioso: PMS (1987) y PRD (1989).

D) Democrática. El primer y único candidato a la Presidencia de la República de aquel PSUM fue Arnoldo Martínez Verdugo en 1982. Viajó de norte a sur, de oriente a occidente, y con sus muy cuidados discursos refrendó una y otra vez el compromiso de la izquierda a la que encabezaba con la democracia. Socialismo y democracia no solamente debían fundirse, sino trascender la peregrina idea de que la democracia no formaba parte de su bagaje, compromiso e ideales.

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