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sábado, 23 de noviembre de 2013

Una izquierda para la mayoría Adolfo Sánchez Rebolledo

01/10/2012
Una izquierda para la mayoría
Adolfo Sánchez Rebolledo ( Ver todos sus artículos )
 La pretensión de crear una gran organización partidista, capaz de abarcar a esa constelación de intereses heterogéneos, sentimientos e ideas que por comodidad hemos llamado “la izquierda”, ha concluido.

La salida de López Obrador del PRD, así como el fin de una alianza privilegiada con el PT y el MC, abre una etapa que augura desajustes y disonancias en algunos frentes, así como el reordenamiento del campo general de las izquierdas.

¿Qué es y qué representa la izquierda realmente existente? Sin duda, lo más importante es que por segunda ocasión en seis años una porción superior a la tercera parte del electorado ha votado a favor de Andrés Manuel López Obrador, un líder fuerte, intuitivo, carente de contrapesos, a la cabeza de un movimiento masivo, mas no de masas. Los 16 millones de votos obtenidos por la izquierda, sin duda su mayor capital, parecen aún más valiosos porque surgieron inesperadamente, cuando parecía que el candidato sería incapaz de remontar los puntos negativos acumulados en los años recientes.
mayoría

En medio de la grisura de la lucha por la segunda posición, la intrusión sorpresiva de los estudiantes favoreció a López Obrador, haciendo notorio un punto clave para el presente y el futuro inmediato de las izquierdas: frente al ascenso del PRI y la caída del panismo, el sentimiento opositor, extraviado durante los gobiernos de Fox y Calderón, resurge influido por la actitud de la izquierda que aúna al antigobiernismo histórico, una idea disidente sobre lo que hoy es México y sus problemas, un esbozo, todo lo incompleto o inacabado que se quiera, sobre la necesidad de articular democracia y justicia social, así como la visión de vanguardia en torno a los derechos culturales y sexuales.

La tercera parte de los votantes no alcanza para obtener el triunfo, pero ya forma parte esencial de la sociedad plural mexicana y llegó para quedarse. No hay capricho en ello pues la actitud del lopezobradorismo proviene de la denuncia reiterada de la simbiosis entre los poderes “fácticos” y el Estado para fabricar y luego imponer un candidato a modo extraído de las filas del PRI. En el fondo está la consideración de que la inequidad precede al momento electoral y condiciona las relaciones de poder en el país, justo cuando todos los agravios estallan de una vez.

Pese al enojo que suscitan dichas actitudes de López Obrador, habría que reconocérsele que su liderazgo ha sido un factor para darle a la indignación medible en el país un cauce pacífico sin desbordar la legalidad y, en ese sentido, a querer o no, abrió una ruta para la creación de nuevos ciudadanos dispuestos a ejercer sus derechos, pese a la irritación que le provocan sus actos a los políticos y a los predicadores de la vacuidad retórica y el conformismo “democrático”.

Hay quienes creen que la salida de López Obrador servirá para desatar el estancamiento de los partidos o para que la desbandada acabe por desaparecerlos. En el PRD, en cambio, ya hay voces que ven una oportunidad, una especie de “liberación” del caudillismo en beneficio de soluciones “socialdemócratas”, pero el problema con la supuesta pluralidad, cristalizada en las corrientes (y los partidos) es la ausencia casi total de un verdadero debate ideológico o programático. Hasta hoy las “marcas” impuestas por los partidos y las tendencias enquistadas que los integran, no son ideas susceptibles de ser asimiladas y defendidas por vastos sectores, pues bajo el formalismo de las plataformas y las declaraciones de principios predomina la visión de la “política” concebida a partir de la relación pragmática que el partido guarda ante los recursos (el registro legal) y las fuentes de poder dentro y fuera de las organizaciones.

La pregunta es cómo se van a comportar los “lopezobradoristas” que comparten hoy la administración del perredismo “legal”. ¿Abandonarán sus filas o buscarán una forma de entendimiento con Morena que les permita seguir en las dos pistas?

En cuanto a la formación del nuevo partido conviene mantener ciertas precauciones. Primero, porque la construcción de un partido es siempre una tarea compleja y espinosa que requiere de cuadros experimentados cargados de paciencia y sentido común. No se trata de elegir entre un método o una forma de actuación (las “instituciones” o la “calle”) sino de optar por una valoración capaz de poner en el primer plano las grandes necesidades del país en las circunstancias prescritas por la globalización para, a partir de ellas, articular la opción política que conduzca a las grandes reformas que se requieren.

Un partido capaz de representar los intereses de la mayoría tiene que construirse cuidando que exista correspondencia entre el compromiso político, es decir, los fines que orientan su acción a largo plazo, con los medios de que se valga para alcanzarlos aquí y ahora. En consecuencia, exige un compromiso moral que trascienda todos sus actos.
Si ya no es imaginable siquiera al militante “hecho de un temple especial”, es absolutamente prioritario que en nombre del interés público los partidos sean administrados y fiscalizados por ciudadanos comunes a los cuales se le pueda pedir aquello que los primeros socialistas se exigían a sí mismos: fidelidad a la verdad, fraternidad y honestidad cabal. Sin duda, es más fácil decirlo que hacerlo en un ambiente donde calan las prácticas clientelares y el rigor se guarda para el adversario, pero de plano será imposible si no se asegura la existencia de un partido democrático, concebido como la única fórmula para dominar las formas caudillistas e impedir la creación de compartimentos estancos a partir de intereses sectarios.

La aspiración democrática en el México actual incluye, a querer o no, una visión igualitaria que la izquierda debe poner como divisa propia. De nada sirve explicarle a la mayoría que la democracia no consiste en mejorar las condiciones de vida, pues muchos dirían sin el menor asomo autoritario que eso no es lo que buscan en las urnas. La izquierda debería trabajar por “un orden social en el que priman los intereses de la mayoría”, recoger los postulados de la campaña de 2006 y actualizarlos en el contexto actual. Y a partir de ahí precisar los acuerdos o las alianzas con otras fuerzas.

A mi modo de ver, la definición de Oskar Lafontaine citada arriba tendría que ser la premisa para ubicar en el centro de las demás preocupaciones estratégicas (y no sólo retóricas) sobre el tema de la desigualdad en la democracia. Ninguna propuesta organizativa tiene sentido si no está sustentada en un programa de largo plazo. La clave para construir la gran fuerza de izquierda que hace falta pasa por la revitalización de un poderoso movimiento independiente de masas, no partidista, nacido de la autoorganización de la sociedad para la defensa de sus intereses legítimos y legales. Ésa es la experiencia que nos deja la historia.


Adolfo Sánchez Rebolledo.
 Analista político. Articulista de La jornada. Director del Correo del Sur, suplemento dominical de La Jornada Morelos. Colaborador de la revistaConfiguraciones.

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