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sábado, 23 de noviembre de 2013

PRD Partido De Izquierda Adolfo Sánchez Rebolledo

01/05/1998
PRD Partido De Izquierda
Adolfo Sánchez Rebolledo ( Ver todos sus artículos )
 
EL PRD: PARTIDO DE IZQUIERDA
POR ADOLFO SÁNCHEZ REBOLLEDO
CONTRA EL PRAGMATISMO
La definición del Partido de la Revolución Democrática como un partido de izquierda es inseparable del debate en torno al llamado "pragmatismo", cuya crítica en el Congreso de Oaxtepec, a propósito de la candidatura del expriísta Salvador Morales Lechuga, ocupó buena parte del tiempo y los trabajos de los delegados. El pragmatismo no es otra cosa que la adaptación de los intereses estratégicos del partido a las consideraciones inmediatas de la coyuntura electoral. Para todo fin práctico, el "oportunismo y el pragmatismo excesivo", denunciado por Cuauhtémoc Cárdenas desde antes de inaugurarse el Congreso, se concreta en el sacrificio de las candidaturas partidistas a los representantes ("externos") de la sociedad civil, aprovechando cualquier oferta a fin de abultar la cosecha de votos sin considerar el historial o las posiciones políticas de los candidatos. Internamente, esa situación ya había causado un malestar enorme. Un dirigente del partido, Juan Guerra, por ejemplo, dijo que el partido estaba "reciclando la vieja clase política. Nos estamos convirtiendo en el cesto de desperdicios del PRI" (La Jornada, 21-111-98).
Sin embargo, en una reacción inesperada al temor de que el partido se abra a una suerte de restauración democrática del viejo partido oficial, el Congreso responde con un exorcismo que buena parte de la cúpula dirigente no comparte: proclamar en la Declaración de Principios que el PRD es un partido de izquierda, aludiendo con ello, más a la tradición política y moral que el término invoca que al cálculo político en uso, a la precisión rigurosa del concepto, o los contenidos de una política estratégica claramente diferenciada. En el fondo, a pesar de los acuerdos promediados para salvar la unidad, el Congreso dejó sin resolver con claridad el tema estratégico de las alianzas que se esconde bajo la cuestión superficial del pragmatismo, y es, a no dudarlo, la piedra filosofal que puede abrirle el camino a la victoria en el año 2000. Sin embargo, no podía ser de otra manera, a trasluz de esta discusión se filtran los viejos asuntos no resueltos que son la "marca de origen" del partido del sol azteca.
Las dos izquierdas
La resolución de Oaxtepec expresa un punto de vista que puede ser crucial: el partido entiende que las alianzas electorales que tanto éxito electoral le han dado —y a las que por supuesto no renuncia— representan, paradójicamente, una amenaza potencial para su futuro, pues ayudan a borrar su propia identidad de izquierda, al verse eclipsadas, como temía el historiador Barry Carr al señalar las características del proyecto de unidad en el PRD, por "una vasta ola de neocardenismo generado por el desesperado anhelo de democracia y, para algunos, por el nostálgico deseo de volver a la 'normalidad anterior'". (La izquierda mexicana a través del siglo XX, Era, p. 323.) El crecimiento exponencial de los votos a la izquierda logrado en comicios recientes, conforme a ese análisis, lejos de fortalecer al polo "izquierdista" que es uno de los nutrientes del partido, habría disminuido "las oportunidades de construir una izquierda fuerte e independiente" tal y como se concebía en el pasado, es decir, antes de la formación del propio PRD.
Que el PRD es, ciertamente, un partido situado "a la izquierda" del espectro político mexicano nadie lo duda, pero si con ello se quiere afirmar una nueva identidad y también un "modo de ver el mundo", como dijo Muñoz Ledo, entonces la precisión realizada en el Congreso de Oaxtepec, hasta donde la información disponible permite saberlo, resulta genérica, insuficiente y hasta cierto punto innecesaria. Es obvio que el PRD ya no es, ni puede ni quiere ser considerado como un partido de la izquierda clásica, por más que tras la definición del Congreso se apunten muchos de los nostálgicos de siempre. Tal vez por ello Muñoz Ledo —cito a La Jornada—, ironizó: "definirse como un partido de izquierda no significa convertirse en un museo antropológico de historia ni en el arca de Noé para salvar a las viejas especies de la izquierda. Tampoco podemos ser la Cruz Roja de la derecha. Decirnos de izquierda no es cerrarnos a todos los que vengan a trabajar, pero tampoco es dar pasaportes de impunidad a los que provengan de la izquierda. Es una identidad del partido".
Pero estas aclaraciones, gratas a la parroquia, pueden resultar a la postre irrelevantes. Se olvida —cito, por no repetirme, lo que escribí en La Jornada— que "el tema, si había alguno en puerta, era (y es) definir de qué clase de izquierda estamos hablando. Y en ese sentido la resolución del PRD abarca mucho y poco a la vez. Mucho, puesto que el término tendrá resonancias incómodas en la orientación electoral del partido, cancelando de un plumazo la idea, muy en boga desde su fundación. de que éste (no sólo su electorado) se ubicaba en el escenario político como una fuerza de 'centroizquierda' ". Poco, porque la definición no ubica el proyecto del partido para México, tampoco aclara la naturaleza de las alianzas que pueden hacerlo posible y hunde en una penumbra pragmática la clarificación de la ideología partidista. El mismo Muñoz Ledo remató en el Congreso: "El centro de la ideología es una raya y esa hay que dejársela a Manuel Camacho Solís" (sic). Así pues, la pregunta que sigue es obligada: ¿cuál es la identidad que pone en riesgo el pragmatismo y que se quiere conservar de la herencia de izquierda recibida por el partido? ¿Qué significa hoy. para el México de fin de siglo, ser de izquierda?
El debate pendiente
Partido de frontera entre dos épocas —el derrumbe del socialismo y la afirmación universal del capitalismo "neoliberal" en la globalización—, el PRD surge en el crepúsculo de dos ideologías, ambas en su seno, con sus respectivos proyectos políticos (el nacionalismo reformador y el socialismo), justo cuando en el país entra en crisis el Estado surgido de la Revolución Mexicana.
Parece innecesario decir que el PRD no se entiende (tampoco el pragmatismo y la atracción que el partido ejerce sobre el PRI) sin un examen de esas realidades históricas, sin entender las relaciones entre el nacionalismo reformador de la Revolución Mexicana y la izquierda socialista en la perspectiva democrática que confluyen en su constitución. Siendo el heredero más conspicuo de ambas, el Partido de la Revolución Democrática es la suma pero no la síntesis de ambas posturas, mucho menos la superación crítica de sus posiciones y propuestas.
Parece increíble, pero el PRD jamás realizó un ajuste de cuentas ideológico con la (su) historia. Asimiló dicha herencia, adaptándola unas veces, diluyéndola otras en el democratismo radical que lo ha caracterizado desde su fundación, pero no consideró necesario realizar un corte con el pasado. Ese es el tema de fondo que el Congreso ha eludido discutir para comenzar a definir qué quiere decir cuando se dice de izquierda.
No hay que mirar demasiado hacia atrás, es cierto. Sin embargo, después de todo, es imposible para un partido de izquierda, integrado justamente por la confluencia de esas (aunque no exclusivamente) dos grandes corrientes políticas e ideológicas del pasado, no responder a la pregunta más inquietante de nuestros días: ¿cómo darle sentido a la política de izquierda luego del fracaso histórico del socialismo real? ¿Cómo elaborar una propuesta nueva, inserta en el horizonte de los cambios ocurridos en la escena contemporánea nacional e internacional? ¿Quiénes son hoy los "sujetos" del cambio necesario? ¿Cómo superar el siglo de la Revolución Mexicana en la perspectiva de una sociedad más justa, sin una reflexión global sobre el país y su futuro, sin discutir los fundamentos de un verdadero "proyecto nacional alternativo"? Sin una reflexión capaz de comenzar a responder esas interrogantes, la definición de izquierda se reduce solamente a revivir una etiqueta, por grandiosa que ésta nos parezca.
La izquierda ausente
El PRD nace en, y es parte del ascenso universal de la ola democrática que diluye las ideologías, erigiéndose como una fuerza política importantísima, sin asumir como propia la crisis de identidad de la izquierda en el orbe entero. Es una verdadera paradoja que en el momento justo que en el mundo la izquierda parece sucumbir a la revolución capitalisa neoliberal, en México, simultáneamente con la reforma modernizadora, los herederos de la izquierda se conviertan, por primera vez, gracias a la exigencia democratizadora, en una potencia opositora que obtiene la parte esencial de su programa de la crisis del Estado revolucionario, al que refleja en un espejo negativo actuando siempre como heredero histórico y como juez implacable del proyecto modernizador. Pero eso no lo hace de izquierda.
Las tareas políticas que el PRD ha debido cumplir en estos años tal vez no han dejado espacio para poner en pie un proyecto nuevo. No son los únicos que pagaron un alto precio por esta transición: al escindirse en el debate nacional la lógica política de la reforma democrática del Estado de la modernización de la economía, el gobierno y la izquierda, entraron en el mismo callejón sin salida. La insistencia en el liberalismo social, por ejemplo, no logró trascender los marcos estrechos de la propuesta presidencial. Tampoco la izquierda supo o quiso reflexionar en torno a una propuesta que pudiera ir más allá de los límites de la denuncia sobre las consecuencias de la globalización y los programas "neoliberales". El arsenal opositor se redujo a ejercer la crítica sistemática contra la totalidad del programa modernizador, considerándolo, además, como la traba más importante para el desarrollo democrático del país, sin elaborar las líneas maestras de una alternativa digna de tal nombre. La crítica de izquierda se perdió en la noche del democratismo, confundida con las expresiones políticas de otras formaciones e instituciones, como la Iglesia o el zapatismo. En consecuencia, la izquierda dejó en el camino la parte más viva y rica de su tradición compartida: la pugna por la emancipación social como eje rector de un nuevo proyecto nacional de desarrollo. La crítica del Estado a partir de las realidades del mercado y la globalización en curso, la revisión del viejo pero nunca acabado tema de las formas de lucha y la centralidad de la legalidad en la democracia, el lugar de las reformas, en fin. la elaboración que permita hablar de una izquierda para el presente y el futuro de México. Todo ello espera una definición de izquierda. n
Adolfo Sánchez Rebolledo. Es columnista del diario La Jornada.

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