Reformas como procesos
Gustavo Gordillo/ IV y último
Reformas como procesos
Las reformas no son actos fundadores, como se suponían que sí eran las revoluciones. La diferencia central no es sólo el gradualismo sino la secuencia. Precisamente porque son procesos de larga duración importa mucho qué va primero y que va después.
Las reformas de los 90 fueron realmente concebidas como actos fundadores revolucionarios. No sólo suponían un funcionamiento sin obstáculos de los mercados, sino que exigían un funcionamiento sin contrapesos del Estado. Desde luego nunca funcionaron así ni aún en los casos extremos de los gobiernos de Reagan, Thatcher e incluso Pinochet. Se les cruzó en el camino la realidad misma. Esa sociedad que la Thatcher declaró palurdamente que no existía.
En efecto, la sociedad sí existe. Por ello las reformas deben ser graduales porque por su propia naturaleza las reformas implican un proceso pedagógico. Aprenden todos: los actores sociales y los agentes gubernamentales. Así se construyen nuevas instituciones. Las reglas del juego son formales –se encuentran en las leyes y códigos–, pero también son informales a través de normas de conducta. Dado que suponen un proceso de enseñanza y aprendizaje, el verbo central que rinde cuenta de la sensibilidad de los reformadores es el de rectificar.
A la luz de estas observaciones generales me gustaría pasar lista a algunas de las reformas que están en proceso.
La reforma educativa. Nada debería ser más pedagógico que una reforma educativa. No lo ha sido. En la instrumentación se requiere la participación decisiva de maestros, alumnos y padres de familia. Apenas con esa participación se podrá avanzar en el cambio del modelo educativo. Tema insuficientemente planteado en las reformas aprobadas. ¿Cómo zanjar lo que parece ser contradicción insuperable entre los maestros de la CNTE y las autoridades? No con la represión por más que sea esa un función del Estado. Resolver la crisis de representación en el magisterio es clave. El sindicato debe ser un actor decisivo –pero no único– de la reforma educativa. Una cúpula sindical que presume representar a la mayoría y que lo único que ha sido capaz de hacer es sacar desplegados frente a una aparente minoría pero con gran capacidad de movilización, significa un grave problema para el gobierno reformador. Sin maestros adecuadamente representados no puede realizarse una reforma.
La reforma energética. Sigo creyendo que asumiéndola como proceso y a la luz de las muy distintas voces de alerta, la primera fase de la reforma debería circunscribirse a dos temas: Pemex como empresa nacional y una política rigurosa de combate a la corrupción y la impunidad. Esto también significa democratización del sindicato. Sobre todo significa construir las capacidades reguladoras del Estado en esta materia. Recomiendo por ello el artículo de Juan Carlos Boue en la revista Nexos sobre los usos de la renta petrolera en una dimensión comparativawww.nexos.com.mx/?P=leerarticulo&Article=2204148
Me gusta en cambio el talante gradual en la reforma hacendaria. Lo es en materia recaudatoria donde se avanza hacia una mayor progresividad en los impuestos, a través de los cuales se debe avanzar también hacia un sistema universal en términos de derechos sociales. No lo será aún aprobadas las reformas propuestas. Pero debe avanzarse en esa dirección.
Hablando de fetiches: qué bueno que se discutan los déficits en condiciones de una economía estancada. Se requiere además una rigurosa revisión del gasto público –muchos subsidios tienen un carácter regresivo–, amén de reforzar transparencia y rendición de cuentas. Pero mayor tributación requiere mejor representación.
Escribo este artículo cuando ya comenzó la operación policiaca de desalojo en el Zócalo. Hago votos porque no desemboque esto en una espiral de confrontación social que terminará perjudicando al país democrático que aspiramos construir.
Twitter: gusto47
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