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viernes, 25 de diciembre de 2015

La tradición de la novela histórica y la novela política mexicana

La tradición de la novela histórica y la novela política mexicana
Un asesino solitario de Élmer Mendoza y La paz de los sepulcros de Jorge Volpi
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"...el poder que emana del don o el artificio de ver
allí donde los otros están ciegos,
de reconocer las formas y las figuras
mientras los demás permanecen
bajo las fronteras de la oscuridad".

Jorge Volpi

En México desde hace mucho tiempo existe la tradición de la narrativa histórica y política. Los autores a través de la literatura han denunciado los hechos que han marcado a su país y lo han llevado a profundas crisis, delitos nunca probados ante la justicia y que, a pesar del tiempo, siguen siendo una incógnita para la sociedad. La novela histórica y política mexicana ha cobrado en las últimas décadas cada vez más importancia, los autores han alcanzado una madurez óptima para reflexionar sobre el pasado, cuestionándolo y racionalizándolo, ya que determinados hechos han afectado "la vida nacional, regional, familiar e individual" (Aguirre 123). Tal es el caso del asesinato del líder político Luis Donaldo Colosio y el levantamiento zapatista en Chiapas, ambos eventos ocurridos en el año de 1994 y que aparecen manifiestos en las novelas Un asesino solitario (1999)de Élmer Mendoza (n. 1949)y La paz de los sepulcros (1995)de Jorge Volpi (n. 1968). De esta manera, Élmer Mendoza y Jorge Volpi recrean parte de la historia y de la política mexicana. En este trabajo demostraré la relación que hay entre la historia y la política mexicana, los hechos ocurridos en el 94, y la literatura a través de las dos novelas mencionadas.

Y como afirma Tomás Regalado en su artículo "Literatura contra el sistema: la dialéctica individuo poder en La sombra del caudillo de Guzmán y La paz de los sepulcros de Volpi":

Desde Los de abajo hasta Noticias del imperio, pasando por La sombra del caudillo o La muerte de Artemio Cruz, la tendencia central de la narrativa mexicana a lo largo del siglo XX ha sido la fuerte vinculación con el desarrollo de la realidad histórica nacional (41).

Vicente Francisco Torres también añade al respecto, él cita tres novelas en las que se denuncia la masacre de Tlatelolco, como otro ejemplo de esa tradición histórica y política mexicana:

...la novela mexicana de planteamiento político ha tenido en los años recientes otras manifestaciones, tal como podemos apreciar en El cielo por asalto (1979), La vida no vale nada (1982) y Agora que me acuerdo (1985), ciclo en el que Agustín Ramos reflexiona sobre la militancia juvenil, el ímpetu revolucionario y la tibia respuesta de políticos, artistas e intelectuales ante las represiones de Tlatelolco y la Escuela Nacional de Maestros (22).

Un asesino solitario y La paz de los sepulcros, como muchas otras novelas, representan la realidad de un país y de una sociedad que se debate entre la corrupción y la violencia por alcanzar el poder, poder que termina degenerándose y constituyéndose en la peor arma que impide la consecución del bien común. Bien común como presupuesto constitucional y que debiera ser perseguido por la administración pública pero por supuesto, esto no sucede así. Presupuesto claramente violado por ciertos hechos que se instituyen en las obras que analizaré y que en vez de generar entre la sociedad mexicana un ambiente armónico, lo único que sucede es que generan caos y violencia en el Estado, corrupción y lógicamente inseguridad pública (Corona 181).

Un asesino solitario y La paz de los sepulcros proceden:

de la realidad sociopolítica como fuentes literarias: el material novelístico procede, por una parte, de los sucesos históricos de 1994, bien conocidos por Volpi desde el gobierno por su trabajo como secretario del procurador general de Justicia de la República: las dificultades de la cúpula en el poder para sofocar el levantamiento indígena en Chiapas, el desplome económico general y, sobre todo, el ambiente de corrupción política provocado por los asesinatos de Luis Donaldo Colosio, candidato a la presidencia, y José Francisco Ruiz Massieu, secretario general del PRI (Regalado 42).

Otro aspecto relevante es el poder de los estamentos gubernamentales y la manipulación de la información, esa relación existente que hay entre el saber y el poder y de la cual, Foucault señala: "se trata de saber no tanto cuál es el poder que pesa desde el exterior sobre la ciencia, sino qué efectos de poder circulan entre los enunciados científicos; cuál es de algún modo, su régimen interior de poder, cómo y por qué, en determinados momentos, dicho régimen se modifica de forma global" (Foucault 44). Los entes de gobierno, cualquiera que sea, al tener la información, al saber o tener el conocimiento de los hechos, pueden llegar a abusar de su poder, en algunos casos "recurriendo al concepto de represión", el poder sería entonces como esa fuerza que circula entre la sociedad diciendo siempre no y a su vez produciendo discursos (Foucault 48). El Estado puede entonces manejar a su conveniencia la verdad, mostrándole a la sociedad lo que considere necesario sin necesidad de tener que mostrar la verdad real.

Estos discursos, que son a veces de índole político o histórico, son los presentados por Élmer Mendoza y Jorge Volpi en las novelas que presentaré; como dije anteriormente, son dos novelas que reflejan la realidad mexicana pero que, al mismo tiempo, dejan de ser localistas cuando vemos en ella temas universales como la violencia, la corrupción, el abuso de poder. Por extensión, estas novelas representan una realidad latinoamericana porque no hay una sociedad que se salve de estas características.

 

Hechos históricos y políticos en 1994

Hubo varios hechos que en el año 1994 desencadenaron la crisis y la desestabilización del poder, "los diversos factores de poder dejaron de actuar dentro del sistema y ventilaron públicamente sus diferencias, alterando la mayor baza que el PRI había empleado para legitimar su permanencia: la llamada paz social" (Volpi).

Dentro de estos hechos cabe mencionar el día 1 de enero de 1994, ya que con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC), un grupo de guerrilleros se alzó en Chiapas, tomándose la ciudad de San Cristóbal de las Casas y declarándole la guerra al presidente Carlos Salinas de Gortari y después, el día 23 de marzo del mismo año en la ciudad de Tijuana, asesinan al candidato a la presidencia de la República Luis Donaldo Colosio (1951-1994) cuando estaba de gira y daba uno de sus discursos. Otro incidente sucede el 28 de septiembre con el asesinato del secretario general del PRI José Francisco Ruiz Massieu, quien era el cuñado del entonces presidente Carlos Salinas; Ruiz Massieu se encontraba en frente del edificio del partido cuando ocurrieron los hechos. Estos hechos conducen a México a vivir una crisis política, económica y social y, como lo explica Volpi:

Su muerte fue una verdadera catástrofe. Frente a ella, la revuelta zapatista parecía una consecuencia lógica de las condiciones de marginación de los indígenas chiapanecos, mientras que la muerte de Francisco Ruiz Massieu se inscribió de modo más inmediato y previsible en una tragedia familiar: el supuesto autor intelectual del crimen no sólo era el hermano del ex presidente Salinas, sino el cuñado de la víctima. En cambio, los disparos que segaron la vida del candidato continuaron —y continúan— siendo inexplicables y, por ello mismo, aterradores (Volpi).

El homicidio nunca logró ser esclarecido y aunque Mario Aburto fue capturado e imputado por el homicidio de Colosio, de los móviles del crimen nunca se supo nada. Mario Aburto fue "un asesino solitario", sin cómplices y siendo él el autor intelectual y material del crimen, según la información oficial. Después del hecho varios intelectuales del país dieron sus declaraciones a la prensa, protestando por el magnicidio que había afectado enormemente al país y en especial, los diálogos con la guerrilla que en ese momento se estaban adelantando. Y hasta la misma guerrilla se declaraba inocente del hecho; en el periódico La Jornada se hace una publicación acerca de lo que pensaba el subcomandante Marcos, quien se lamentaba por la pérdida, seguramente, de alguien que hubiera podido haber sido su próximo enemigo:

—Ellos... ¿Por qué tuvieron que hacer eso? —se pregunta el subcomandante—. ¿A quién castigan con esta ignominia? Si tratan de justificar una acción militar en contra nuestra y de nuestra bandera, ¿por qué no mejor matar a uno de nosotros? Sangraría así menos el país que con esta infamia que ahora nos estremece. ¿A quién hacía daño este hombre? ¿Quién obtiene ganancias de su sangre? ¿Dónde estaban los que lo cuidaban? ¿Quién patrocina esa mano "pacifista" que abre de nuevo la gigantesca puerta de la guerra?... ¿Cuánto más para dejar entrar, por fin, la democracia, la libertad y la justicia? (Volpi 308).

Los intelectuales que se pronunciaron con el homicidio de Colosio fueron entre otros Enrique Krauze, diciendo: "Él no era hombre de rupturas, sino de lealtades", escribe en Reforma, "no de lealtades perrunas e incondicionales, pero sí de lealtades absolutas a la amistad y la verdad"; y Salvador Elizondo: "Es una cosa trágica y espantosa, de enormes magnitudes. Naturalmente va a afectar a la vida general del país. No puedo decir más porque no soy político" (Volpi 308).

Aquí, el poder del discurso oficial lo manipula todo, el poder del Estado y el poder de los medios incrementan la zozobra y el caos en la sociedad al impedir que la verdad real salga a la luz pública. Según Foucault dentro de la sociedad los poderes se entrelazan y entrecruzan, hay "relaciones de poder [que] no pueden disociarse, ni establecerse, ni funcionar sin una producción, una acumulación, una circulación, un funcionamiento del discurso..." (Guzmán XII), también afirma Foucault que "en toda sociedad la producción del discurso es a la vez controlada, seleccionada, organizada y redistribuida de acuerdo a cierto número de procedimientos" (Volpi 48). Así, es imposible saber la verdad de los hechos y más aun cuando son perpetrados por la misma administración del Estado, porque cada uno de los miembros ejerce su poder y cada poder quiere estar por encima de los otros poderes, sin importarles de qué manera se llegue a lo propuesto. Leemos entonces en La paz de los sepulcros:

...cualquier crimen en el que se vea entremezclado el poder, de un modo u otro, jamás será completamente esclarecido. Todavía nos encontrábamos en el motel —el lugar de los hechos— bajando las escaleras, a punto de salir, cuando esas consideraciones ya habían comenzado a operar: se había iniciado el lento camino de disolución, se había puesto en marcha la rueda que en apariencia solucionaría el crimen pero que en realidad sólo habría de llevarlo a su inevitable encubrimiento, a su liquidación. El poder es ciego, pero opera rápida, imperceptiblemente (Volpi 27).

Afirma Jorge Volpi en La guerra y las palabras que "desde la aparición en las calles de San Cristóbal, el primero de enero de 1994, el guerrillero se convirtió no sólo en el personaje más buscado de México, sino en un ícono indispensable de finales del siglo XX" (116). Lo que buscaba la guerrilla era desestabilizar el poder del Estado y protestar en contra de la globalización, ya había entrado en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC) y los miembros del Ejército Zapatista de Liberación Nacional se habían sublevado (Guzmán XIII). Los zapatistas querían que se les reconocieran los derechos a los indígenas, pedían una reforma agraria y querían también un gobierno autónomo y paralelo al ya existente, el subcomandante Marcos era considerado como "una reencarnación del Che, un manipulador de los indígenas, un comunicador de insólita brillantez, un ególatra inclasificable, un escritor talentoso y como el último de los héroes románticos de nuestra época" (116).

En 1996, entre la guerrilla y el gobierno se suscribieron acuerdos con miras a solucionar el problema agrario, la guerrilla estaba descontenta con el tratamiento que se le daba al tema, por lo que solicitaba que se reformara el artículo 27 de la Constitución Política. El espíritu de la ley debía ser el de Emiliano Zapata: "la tierra es de quien la trabaja, y Tierra y Libertad" (documento 2, "Propuestas conjuntas que el Gobierno Federal y el EZLN se comprometen a enviar a las instancias de debate y decisión nacional, correspondientes al punto 1.4 de las reglas de procedimiento", página 11, apartado 5, "Reformas constitucionales y legales", inciso B). Igualmente la guerrilla, no el caso especial de los zapatistas, buscaba el reconocimiento de derechos y garantías constitucionales a las mujeres indígenas, el acceso pleno a la justicia, educación y capacitación, empleo, la promoción de la cultura indígena, entre los más importantes.

Los hechos históricos y políticos anteriormente narrados son denunciados por Mendoza y Volpi en sus novelas y dan cabida a una literatura más reflexiva sobre los hechos, ofreciéndonos diferentes lecturas y enfoques, "la historia es la consecuencia cronológica de fechas, datos y cifras estadísticas que... tienen el inconveniente de que, aunque aparentemente enseñan mucho, tapan lo más importante" (Aguirre 124). El objetivo sería entonces la denuncia de los hechos sin entrar a juzgar a nadie, los hechos son expuestos por los autores para que los lectores reflexionen sobre los mismos.

 

Literatura e historia/política mexicana

Entre la literatura y la historia, entre la literatura y la política existen grandes vínculos. Cada vez hay un mayor acercamiento de la novela política mexicana al poder, este tipo de literatura busca denunciar esas "formas antidemocráticas" que cercenan el poder en sus distintos niveles dentro de la sociedad y que generan caos. (Regalado 42). Como afirma Luis Mario Schneider en La novela mexicana entre el petróleo, la homosexualidad y las política,"sus denuncias son o pueden ser concretas, pero lo que importa es ese dramático juego en el que el poder económico o político es tan poderoso que avasalla y manipula al individuo, el grupo social y al resto de la sociedad..." (93).

En México a lo largo de la historia han sobresalido algunas novelas que reflejan cambios socio-políticos o que ponen de manifiesto sucesos históricos que han marcado profundamente al país. Un asesino solitario y La paz de los sepulcros denuncian esa realidad, por ejemplo "El levantamiento del subcomandante Marcos, en enero de 1994, dio pie a que surgiera La paz de los sepulcros (1995), de Jorge Volpi..." (Torres 22). Ambas novelas comienzan con la idea de la muerte, con la idea de que alguien que detenta el poder tiene que morir como es el caso de Un asesino solitario, aquí Macías es contratado por el Veintiuno para matar a Barrientos, un político reconocido y que representa a Colosio: "¿un candidato a la presidencia?, pregunté, Claro, ¿quién va a ofrecer tanto por un candidato a diputado o senador?" (Mendoza 15), o alguien que detentaba ese poder ha muerto de una forma trágica, como es el caso de La paz de los sepulcros, en este caso los cadáveres son encontrados en un motel a las afueras del D.F.: "[el cadáver] le pertenece al ministro de justicia... —el hombre recto que ayudaba a guiar los destinos del país" (Volpi 24).

En La paz de los sepulcros la muerte ronda, la novela se inicia con un discurso sobre la vida y la muerte y con "A veces la muerte inmortaliza" empieza Volpi su novela; más adelante el argumento continúa con "la repugnante descripción de dos cadáveres ensangrentados, uno de ellos sin cabeza, en la habitación de un motel a las afueras del D.F." (Regalado 43), Volpi utiliza la descripción de los cuerpos como una metáfora del poder. Un poder que ya no existe y en el que ya no se puede confiar porque han abusado de él. Los cadáveres pertenecen a Ignacio Santillán y a Alberto Navarro, ministro de justicia y candidato a la presidencia. Augusto Oropeza, periodista y narrador de la historia, investiga los hechos descubriendo un mundo oscuro y sin luz, no sólo de lo que se esconde detrás del homicidio sino detrás de Ignacio, su amigo de preparatoria y de Alberto, el ministro. En esta novela Volpi también simboliza la luz y la sombra que convergen por ejemplo en Ignacio Santillán (Val Julián 344).

En Un asesino solitario el crimen no alcanza a consumarse, en la narración siempre estamos esperando que pase algo que nunca pasa, el poder utiliza el hampa para quitar a alguien del camino. Los sitios oscuros son característicos en el desarrollo de los hechos, el mundo en el que se mueve Macías, el Veintiuno y la corrupción, son el símbolo de una sociedad que se desangra y nadie hace nada porque suceda lo contrario. El abuso del poder y las verdades real y oficial no concuerdan nunca. En Macías confluyen "un poder económico enlazado a uno político" (Guzmán XII), el poder económico porque él tiene que aceptar el encargo para vivir y el político porque quitaría a alguien del camino que podría ser su próximo "presi".

En ambas novelas vemos retratada la sociedad y cómo los entes que tienen el poder abusan de él para ocultar la información y manipular a los habitantes, el poder de los medios de comunicación y el poder de la información se degenera constituyéndose en el poderío de unos cuantos. En el caso de Un asesino solitario existen los medios que alienan a Macías, los noticieros televisivos muestran lo que desean y a Macías no le gustaba mucho cuando, por la cadena NBC, mostraban por ejemplo alguna entrevista hecha a un guerrillero, "encapuchados con pasamontañas" (47), que decían "que estaban dispuestos a morir luchando" (47), Macías se "hartaba de tanto rollo y mejor apagaba la tele o le cambiaba, buscaba una película..." (48), en el noticiero de la NBC "pasaban un resumen sobre las guerras del mundo" (67), ese era el mensaje que se transmitía, la violencia. A Macías no le gustaban los noticieros gringos porque exageraban mucho las noticias, a él le gustaba ver el noticiero nacional, el cual a su vez también manipulaba la información.

En La paz de los sepulcros, la verdad real y la verdad oficial también era manipulada y ofrecida a la sociedad de la manera que más les convenía, "la Fiscalía General de la República sostuvo, inamovible, la opinión contraria: ningún nexo —aparte de las muertes en el mismo lugar, se dijo por primera vez— existía entre el difunto Alberto Navarro, ministro de Justicia, y el otro sujeto aparecido en el lugar de los hechos, el cual ahora ha sido identificado" (Volpi 33). La fiscalía abusa de su poder porque esta entidad no debería ocultar la verdad, no podía permitir que se le descubriera su lado oscuro, ya que ellos instituyen el deber ser, y deberían dar ejemplo de ello, no pueden verse desprestigiados y mucho menos acusados por crímenes políticos, esto hacía que el crimen:

se perpetuara en el tiempo más allá de cualquier voluntad: debía ser investigado ("hasta las últimas consecuencias", como siempre se dijo), el público debía conocer la verdad (al menos algunos avances hasta que encontrase un nuevo entretenimiento), y el culpable o culpables debían ser hallados y castigados, sin importar quiénes fuesen, pero todo ello sólo por la inercia propia de los homicidios, no porque en realidad alguien quisiese (o creyera conveniente) encontrar últimas consecuencias, descubrir identidades o practicar castigos implacables: este largo y abstruso proceso, de llevarse a cabo, hubiese equivalido a mantener las heridas abiertas y sangrantes —un sangrado interminable: una muerte mucho más cruel que las ya ocurridas—: el desprestigio del reluciente ministro de Justicia y, por consiguiente, el del gobierno de la República (Volpi 26).

La novela de Volpi, según Eloy Urroz en su artículo "La paz de los sepulcros: El apocalipsis de las utopías", tiene un sentido apocalíptico, al igual que otras de sus novelas como El temperamento melancólico, En busca de Klingsor y El fin de la locura, éstas destruyen "los telos de la historia", sus utopías "meras estructuras opresivas de poder" (298). Al respecto también afirma Luis Mario Schneider en su libro La novela mexicana entre el petróleo, la homosexualidad y la política, y también citado por Urroz, que: "La paz de los sepulcros revela que el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente, sin importar los antecedentes de quien lo detenta. En una visión descarnada y pesimista, el México de los demócratas hace encarnar inevitablemente todos los vicios del derrocado sistema priísta sin que parezca haber opciones de salvación (132). 

Volpi arma un discurso en contra de ese poder y es curioso que para Foucault "es el Poder quien inicia esta literatura de crímenes, la cual prolifera en torno a algunas siluetas" (Urroz 301). Tanto para Volpi como para Mendoza lo que se nota en sus relatos es "la destrucción ininterrumpida de valores, estatutos, estructuras y formas consuetudinarias de vida. Es el espacio novelístico de la novela [de ambas] (un Distrito Federal...) una megápolis de cuarenta millones de habitantes sin pies ni cabeza, el nihilismo es absoluto y, entonces, ya todo puede suceder..." (Urroz 302). En los dos relatos hay caos, luz y sombra, poder, el magnicidio.

Eloy Urroz hace una tabla comparativa sobre la historia de México en el año 1994 y el libro La paz de los sepulcros:

México, 1994

La paz de los sepulcros

Carlos Salinas de Gortari

Presidente del Villar

Manuel Camacho Solís

Gustavo Iturbe

Luis Donaldo Colosio

Luciano Bonilla

Las dos novelas son narradas en primera persona. Élmer Mendoza utiliza un lenguaje popular que refleja pensamientos de izquierda, el autor denuncia las injusticias de las cuales han sido víctimas los mexicanos a través del tiempo y cada tiempo lleva consigo esa violencia generada por la consecución del poder, por las ansias de gobernar, dirigir y controlar. Jorge Volpi utiliza otro tipo de lenguaje, uno más "sintético en frases y párrafos cortos, en esta ocasión [en La paz de los sepulcros] utiliza oraciones largas en las que abundan los paréntesis y las aclaraciones entre comas. El lenguaje 'telegráfico', desnudo hasta la pureza sintética de ese breve relato, halla, pues, en La paz de los sepulcros, su máxima antípoda" (Urroz 306).

He aquí un ejemplo que a su vez es transcrito por Eloy Urroz en su artículo "La paz de los sepulcros: El apocalipsis de las utopías" en las páginas 306-307: 

Los cuerpos, o digamos la porción más importante o más completa de los cuerpos, se encontraba en el cuarto principal. La víctima 1 se hallaba tendida sobre las sábanas, en una especie de altar, completamente desnuda a excepción del calcetín izquierdo (el resto de su ropa, un saco de cashmere café con leche, una camisa de algodón azul, italiana, pantalones de lino beige y zapatos, también italianos, de piel marrón, con hebilla lateral, se hallaron esparcidos por distintos puntos del cuarto), boca arriba, con los brazos y las piernas extendidas en forma de x, amarrados con cuerdas de marino a las patas de la cama, la cabeza ladeada, llena de golpes, marcas y moretes, y una enorme hendidura en el vientre, producida sin duda por el cuchillo —casi un estilete, una pieza templada y perfecta— que apareció a un lado del tórax de la víctima 2 y que, según se comprobó después, fue causa segura del percance (307).

Vemos en el ejemplo anterior cómo Volpi narra y explica cómo se encontraban los cuerpos, utilizando cómo Urroz expone, paréntesis, guiones y en otros casos corchetes, lo que hace que el párrafo, la narración, pierda un poco de fluidez, porque el lector debe detenerse y examinar los detalles y la minucia de la que el autor está exhibiendo. Por el contrario, esto no ocurre con la novela de Mendoza, él por su parte hace que la narración sea más ágil, la cual atrapa la atención del lector, lo apresa y no lo deja ir hasta el final de la novela.

Transcribo a continuación un párrafo de Un asesino solitariopara ilustrar el lenguaje utilizado por Mendoza y la rapidez que le imprime a la narración que hace. Aquí no nos detienen las explicaciones:

La noche que me reuní con Veintiuno llegué a mi casa pensando en los quinientos, en los puros quinientos, hice mis cuentas y todo, no quería pensar en otra cosa porque primero deseaba disfrutar machín lo que me iba a embuchacar, casi ni le iba a ir bien al bato, ¿eh? Billetes como arroz, simón, y entonces ¿para qué clavarme en lo que tenía que enfrentar? (29).

 

Luz y sombra

En las dos novelas los autores revelan dos mundos que se entrecruzan y se yuxtaponen y que son como una moneda. Uno es la cara amable que se muestra a la sociedad de sus personajes, por ejemplo en Un asesino solitario dice el narrador: "Luis Eduardo Barrientos Ureta, candidato del Partido Revolucionario Institucional a la Presidencia de la República: así carnal, bien chilo" (Mendoza 50), al parecer el pueblo estaba de acuerdo, pero la maquinaria política que sería el lado oscuro, la sombra, representada en la novela, debía quitarlo del camino. La novela no nos muestra la otra cara de la vida de Barrientos, así que no podemos especular sobre su otro lado, no sabemos si es oscuro como sucede con Navarro en La paz de los sepulcros o si por el contrario lleva una vida transparente, pero sí nos muestra la cara oscura del poder gubernamental, al cual sólo le interesan los individuos que éste pueda manejar.

En La paz de los sepulcros Ignacio Santillán "se define como producto de tinieblas, hijo y lazarillo de una pareja de ciegos. Pero tal dicotomía no es un tablero de ajedrez, con casillas blancas y negras. La idea es más bien que la sombra y la luz conviven en cada ser humano" (Val Julián 344). En este caso en la novela se muestran sus dos caras o sus dos lados, "los juegos de luz dan a conocer la dualidad entre el hombre público que fue Navarro y el ser íntimo que fue depravado del ministro" (Val Julián 344). Alberto también tiene su lado oscuro: "No se trata de que a fuerzas yo quiera contrastar su imagen exterior con una oscuridad interna que me permita rastrear los ecos de su futuro, pero debo agregar otros testimonios para enriquecer al débil retrato que existe del Alberto Navarro de entonces" (Volpi 79).

En La paz de los sepulcros el autor nos muestra cómo es la vida oscura de los personajes que representan a los "más altos funcionarios del poder político mexicano: su fascinación pederasta, la drogadicción la corrupción y el crimen pertrechado allí, tras bambalinas, tanto como su afición a la astrología, símbolo de la magia negra que debe permear en todo momento las tinieblas que informan la novela" (Urroz 316). Ese lado oscuro también aparece en el libro como una metáfora cuando el narrador el narrador lo compara con la colección de insectos que Alberto guardaba: "miles de patitas muertas de cuerpos extraños, cucarachas y escarabajos, arañas y grillos y moscas (casi no había mariposas), clasificados con indecible cuidado... En medio del espanto y la curiosidad, los animalitos clavados eran a la vez tétricos y hermosos" (Volpi 77).

La luz y la sombra no solamente se muestran a través de los personajes sino a través del abuso de poder ya que ambas "desenmascaran métodos evidentemente antidemocráticos, desarticulan formas de corrupción, denuncian el abuso de los gobiernos sobre las instituciones parlamentarias y revelan, en fin, los mecanismos del sistema para la opresión de la colectividad" (Regalado 48).

Estas novelas no sólo han traducido la historia y la política mexicana en las narraciones antes analizadas, sino que se constituyen como dos novelas que valoran ciertos aspectos que han cercenado a la sociedad por mucho tiempo. El poder mal usado, el abuso del poder por las diferentes esferas estatales han generado el inconformismo de los autores, lo que hace que crímenes nunca esclarecidos por la autoridad competente cobren vida a través de la ficción.

También es clara la relación literatura/historia, literatura/política y no podemos olvidarnos de la relación poder/literatura, presupuestos que son ya tradición en la literatura de México. El poder de la palabra, el poder del discurso que es presentado por los administradores públicos a la sociedad y que también es expuesto y reflejado por los autores en Un asesino solitario y La paz de los sepulcros. El poder que tienen los intelectuales que, como puntualiza Foucault, hacen parte de ese "sistema de poder" (107), porque el papel del intelectual debe ser luchar en contra de la ignominia del Estado y luchar por lo menos por el esclarecimiento de la verdad.

Y aunque los críticos no consideren estas novelas como los ejemplos cumbres de la novela política o novela histórica, podemos claramente ver que en ellas, los autores reproducen los hechos ocurridos en México en el año 1994 y que sumieron al país en un caos total. Estas novelas corresponden "a múltiples aspectos de la historia mexicana reciente, de su cultura y sociedad (Zavala 346), y no debemos considerarlas solamente como "thriller policiacos" (Zavala 346), ya que ellas de manera indirecta están señalando a los personajes que una vez hicieron parte de la realidad mexicana.

 

Notas

  1. Bibliografía: de clase aportada por el doctor Daniel Chávez.
  2. Un par de irregularidades, sin embargo, saltan a la vista en nuestro esquema: Colosio es Luciano Bonilla, pero también es Alberto Navarro, el probable candidato a la presidencia ahora sin embargo asesinado, mientras que en la realidad (mediados de 94) Manuel Camacho Solís, mediador con la guerrilla zapatista, quedará aniquilado en la contienda luego de una breve sacudida de popularidad (Urroz 321).

 

Bibliografía

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  • Foucault, Michel. Vigilar y castigar. Traducción de Aurelio Garzón del Camino, Madrid: Alianza, 1984.
  • Guzmán, Nora. "El poder como génesis del asesinato político: Un asesino solitario de Élmer Mendoza" Revista de Literatura Mexicana Contemporánea. 10. 24 (Sep-Dec 2004): xi-xvii. xi. Impreso. 
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  • Regalado López, Tomás. "Literatura contra sistema: la dialéctica individuo-poder en La sombra del caudillo de Guzmán, y La paz de los sepulcros de Volpi". Revista de Literatura Mexicana. 31 (2005 octubre-2006 diciembre): 41-49. Impreso.
  • Schneider, Luis Mario. La novela mexicana entre el petróleo, la homosexualidad y la política. Nueva imagen, México, 1997, 93-94.
  • Torres, Vicente Francisco. "Tres lustros de novela mexicana". Revista de Literatura Mexicana Contemporánea. 1.2 (Enero-abril 1996): 24-32. Impreso.
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  • Mendoza, Élmer. Un asesino solitario. México: Editorial Tusquets, 2005.
  • Volpi, Jorge. La paz de los sepulcros. México: Aldvs, 1995.
    —. La guerra y las palabras. Barcelona: Seix barral, 2004.
    —. Tesis lecturas políticas del derecho. México, 1993.
  • Zavala, Oswaldo. "El futuro que ya fue: Jorge Volpi y la novela histórica del presente". En busca de Jorge Volpi: Ensayos sobre su obra. Ed. José Manuel López de Abiada, Félix Jiménez Ramírez y Augusta López Bernasocchi. Madrid, España: Verbum, 2004. 345-54. 345. Impreso.
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Reflexiones sobre la novela histórica mexicana

sábado, 2 de octubre de 2010

Reflexiones sobre la novela histórica mexicana

Mucho de la temática aquí expuesta refleja las sesiones que hace un tiempo tuvimos en el seminario "Sinceridad y Democracia", Debo agradecer la guía de Maigo y Octavio como compañeros del seminario y constantes observadores de mi desarrollo. Mis intereses, aún después de finalizar las distintas sesiones del seminario, siguieron rondando las temáticas de la novela histórica mexicana y las cuestiones que se planteaban.

Debo advertir algo: Escribir sobre la novela histórica mexicana es más que nada con el objetivo de abrir el terreno al diálogo multidisciplinario. Mi única intención es manifestar mis reflexiones acerca de la novela histórica, mi perspectiva no supera a la de un lector aficionado que ha asumido un papel de ponente en un encuentro estudiantil.
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Hace algunos años en el periódico El Universal anunciaban que los genes de la población mexicana era una mezcla de 35 grupos étnicos, el Instituto Nacional de Medicina Genómica había concluido el mapa del genoma humano de los mexicanos. Mi sorpresa fue grande cuando en plena crisis de Influenza se diera a conocer en una especie de informe público lo que se prestaba a un equívoco. ¿Cómo es que todo lo que representa a un mexicano pueda manifestarse en una síntesis literaria? Es decir en un informe que se jacte de exponer a todas luces: Lo que hace ser al mexicano, mexicano y no otra cosa. He allí la cuestión.

a) Como respuesta tenemos esta primera instancia: La Biología (En nuestro caso la Genética), a la que Scheler contesta con su Teoría de los Valores. Respuesta mucho más cercana a la teoría Darwinista, que en su tiempo levantó tanta controversia, pues desprendía al hombre de su diferencia específica aristotélica y lo conectaba mucho más directo a una serie de periodos eslabonados, que lo conducían en retroceso a un pasado animalesco.

b) La otra: La Filosofía. Ésta afronta problemas aún más fuertes, pues las discusiones al respecto no datan de hace poco. El intento de Miguel León Portilla es, por demás, de antemano fallido, pues buscar un pensamiento cuyo desarrollo se plantea en un entorno fuera de contexto, presenta serios problemas que, lejos de estrechar nuestras posibilidades de aniquilar el equívoco, tiende a cometer actos de asimilacionismo. El desarrollo de la filosofía en México tiene mayor valor en décadas postreras, es un tanto difícil distinguir Ideología de Filosofía en el pensamiento del siglo XVIII, por ejemplo con el pensamiento liberal mexicano como los señalaremos más adelante.

c) Otra más podría ser la historia. Nadie más que el mexicano podría portar a cuestas aquella historia llena de intrigas.
Políticamente México nace como una colonia española, tiempo después se independiza y afronta la problemática de la autonomía, vive constantes convulsiones bélicas desde la guerra de reforma, la intervención francesa y norteamericana, el gobierno santanista, el porfirismo, la revolución, expropiación petrolera, movimiento del 68, guerra contra el narco, en fin: la consolidación de su estado. México y los Mexicanos se prestan a la convención y a la arbitrariedad, su historia también. Con ello se generan las historias oficiales.

Frente a ello, ¿cómo es posible determinar rasgos comunes que permitan compilar en un solo género al mexicano? ¿Abriendo la posibilidad de establecer un mapa de estudio de lo que nos compone cuando nos anteceden siglos enteros de mestizaje? La historia, sin embargo no se nos manifiesta completamente heterogeneizada. Nuestros antecedentes se centran en el desarrollo de nuestra misma identidad, muchas veces coincidentes, otras más bien discrepantes. Se suele revestir de mitos y leyendas, intentos de adornar con guirnaldas literarias una misma historia (llámese: El pípila o Los niños Héroes)

Sin embargo la historia, mi historia, de mí país, que año tras año fui asumiendo en tiempos de estudiante de secundaria y preparatoria, la que creí irrefutable, se vio en el mejor de los casos cuestionada, en el peor, totalmente negada o degradada a chisme, los cánones del héroe revolucionario se vieron diluidos, los mitos desmitificados. La razón: En mis manos había caído una novela histórica mexicana. Desde entonces me volví un seguidor de este género.
d) Ello nos abre otra vía aproximada al conocimiento del mexicano, su literatura histórica.
La historia mexicana tiene varias convulsiones generadoras. Podría hacer un despliegue de erudición y mencionar algunos títulos a partir de esas convulsiones. La literatura histórica o costumbrista mexicana comienza con Fernández de Lizardi, títulos como La hija del Judío (1848-1850) de Sierra O'Reilly y El fistol del Diablo (1845-1846) de Payno , nos podrían brindar un buen panorama al respecto. Después de la guerra de reforma del 1857 al 1861 donde el pensamiento liberal pudo haber influido a títulos como podría ser Martín Garatuza (1868) de Vicente Riva Palacio, Clemencia (1869) de Altamirano. Saltándonos algunos años hacia el porfiriano podría señalar ejemplos como Los bandidos del río frío (89-91) también de Payno, Tomochic (93-95) de Heriberto Frías, El Zarco (1901) de Altamirano, Mala Yerba (1909) de Azuela, La majestad Caída (1911) de Juan A. Mateos. Más allá de ese periodo Viene la etapa de la revolución con títulos bien conocidos por todos nosotros como Los de Abajo (1916) de Azuela, La sombra del caudillo (1929) de Martín Luis Guzmán, Vámonos con Pancho Villa(1931) y Se llevaron el cañón para Bachimba (41) de Rafael Muñoz, Tropa Vieja (1943) de Francisco L. Urquizo Sobre la guerra del 26 al 29 entre sus respectivas secuelas surgen temáticas que explotan novelistas como Los cristeros (37) de José Guadalupe de Anda y Pensativa (44) de Jesús Goytortúa Santos, Al filo del agua de (47) de Agustín Yañez. El llano en Llamas (53) y Pedro Páramo (55) de Juan Rulfo, Balún-Canán (57) de Rosario Castellanos. Después de las constantes convulsiones el novelista no voltea más a observar el costumbrismo de provincia y concentra sus luces en la ciudad, en un crecimiento urbano del que todavía no dejamos de comentar. Con Aura (62) de Fuentes podríamos observar mucho al respecto de ello. La muerte de Artemio Cruz (62) observa el pasado como un tiempo anterior semi-idílico, pero a final de cuentas pasado y antecedente de un revolucionario agonizante, novelas de este estilo son las que marcan el giro de la provincia a la ciudad. Farabeuf (65) por ejemplo ya no se preocupa por pintar usos y costumbres como novelas anteriores, sino que se enfrasca en una prosa idílica de recuerdos y reflexiones. Los que recuerdan algo de la revolución ya lo harán como reflexión o burla, como es el caso de José Ibargüenoitia en Los relámpagos de Agosto (65) pero se avecina una temporada oscura en la memoria de los mexicanos. Con Tlatelolco existe un silencio generalizado sin embargo de Novelas como Con Él, conmigo, son nosotros tres (71) de María Luisa Mendoza y Con los días y los años de Luis González de Alba se puede reflejar muy bien la perspectiva de una buena parte de la vida activa en México y el pensamiento dominante. Y por últmo, antes del boom de la novela histórica de las que destacan títulos como Memorias del Imperio y México Negro, podría incluir el vivo retrato de un México semiurbanizado con Las batallas en el desierto (81) e José Emilio Pacheco.



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